Un especulador es un señor que evalúa unas opciones a materializarse en el futuro y se decide por ésta o aquélla en tal o cual intensidad, siempre en función de un beneficio máximo esperado. Valga una definición tan chapucera porque, en todo caso, la conclusión es obvia: el cien por ciento de la humanidad especula. Incluso los animales.

Ayer los británicos especularon en masa optando entre diversos líderes y partidos. Cada cual se decide por el que cree que le va a beneficiar más. Y así en todo.

Es más, podría ensayarse una definición de enfermedad mental -tengo que consultarlo con mi psiquiatra- entendida como el morbo que experimenta una persona que no especula. Vamos, que sólo los locos no especulan quizá porque tienen alteradas las percepciones del tiempo. Quizá porque su propia identidad se les escapa.

Cuando Xuan Asturianu compra un piso, se guía por lo mejor, dentro, claro, de sus posibilidades. Y cuando lo vende, de las ofertas que recibe se inclina por la mejor.

Lo mismo cuando Xuan Asturianu compra acciones de Telefónica. O bonos o cualquiera de los mil productos que hay en las mercados financieros.

Si cree que tal país es muy solvente, entra en sus tramas económicas buscando las mejores rentabilidades. Si considera que es un peligro, sale por pies.

Sin embargo, la paleo- izquierda -y valga la redundancia- anda con los engaños del precio justo y en general tachando de especuladores a los que hacen lo mismo que ellos, pero ya se sabe que ellos tienen carta blanca, mientras que los demás son cubiertos de todos los improperios imaginables.

Y es que detrás de todo especulador -o sea, de todo el mundo- hay un ser libre que toma sus decisiones, y como la libertad es insoportable para los ventajistas, ocurre lo que ocurre.

Sobre todo cuando sucede lo que sucede en España: mandan los ventajistas liberticidas.