Algo raro se cuece en el ambiente, que no en el Acuario de Gijón, donde «Félix», bugre de más de seis kilos y medio, campa a sus anchas desde hace una semana para provocación del hambriento y fascinación del biólogo. El caso es que su llegada vista aisladamente no nos dice nada que no sepamos ya: el gusto del gobierno municipal por lo «grandono». Pero en conjunto, o más bien, en compañía de otros de los acontecimientos que marcan nuestra actualidad, señores, es para echarse a temblar.

Y es que a nada que uno sea un poco supersticioso y ande de humor apocalíptico, cosa nada difícil en plena astenia primaveral, visto lo visto en la prensa regional se podría llegar a pensar que el final se acerca. Y vale que la llegada de «Félix» no sea exactamente la anunciada plaga de langostas, pero al fin y al cabo es un crustáceo y bien se puede interpretar como una señal.

Más si lo sumamos a las cenizas que nos sobrevuelan, no del volcán islandés -que también-, sino de la incineradora que Cogersa ha pasado de proyectar a aprobar. Una enorme planta cuya misión será quemar los desechos que ahora se amontonan bajo y sobre la tierra del vertedero de Serín, que, nos dicen y alertan, no da para más. Como no lo debió de dar el supuesto debate que iba a decidir la conveniencia de la planta. Todo sea, insisten, por el objetivo final: deshacerse de lo que ya nos hemos deshecho a través del fuego, que ya se sabe, purifica el alma y que aún se ignora (porque nadie lo termina de aclarar) si contaminará con la misma intensidad.

El caso es que la incineradora también necesitará su propio vertedero, donde las cenizas habrán de reposar en paz. La paz que no consiguen las más de 20.000 piezas arqueológicas descubiertas en un búnker tras un armario de la Campa Torres. Aunque, visto lo recóndito del asunto, mirándolo por el lado positivo, ya sabemos adónde dirigirnos en caso de cataclismo nuclear. Ahí seguro que estaremos a salvo.

Y es que el tesoro arqueológico estaba tan bien guardado que a unos y otros se les debió de olvidar su existencia. Eso, o que el castro, como todo hogar, tiene un agujero negro donde desaparecen calcetines que nunca jamás se volverán a emparejar, gomas del pelo recién compradas o múltiples mecheros. Lo bueno es que han sido recuperadas, lo malo es que una vez más se ha evaporado la responsabilidad. A quién le corresponde asumirla y cómo la tendría que depurar son misterios tan inexplicables como la desaparición de la arena en las playas asturianas, la fecha de inauguración del Niemeyer, la vuelta de Cascos a la política o el uso de cadenas en pleno mes de mayo.

Simples coincidencias que, lo dicho, según el humor que uno tenga, se pueden interpretar como señales divinas que adelantan el fin del mundo a la nueva cita autonómica electoral: 2011.