Pocas veces he vivido en el Parlamento europeo un ambiente de preocupación comparable al que existía el miércoles en la reunión del Grupo Socialista.

Mientras los compañeros griegos se esforzaban por describir el clima de pesimismo que existe en su país y nos pedían que expliquemos a su pueblo que Europa no sólo consiste en burócratas que imponen un nuevo protectorado económico sobre su país tras los engaños contables del gobierno conservador de Karamanlis, Schulz, nuestro presidente parlamentario, analizaba la situación que la causa griega generaba en Alemania, su país.

Tras la II Guerra mundial, Alemania emergió de sus ruinas gracias al «plan Marshall» y al tesón y al esfuerzo de los alemanes. Todo grupo humano necesita para funcionar una mínima cohesión que se plasma en unos símbolos concretos. Alemania, cargada con los demonios de su pasado reciente, no podía identificarse con una bandera o un himno que tanto sufrimiento habían causado, pero sí con un «milagro» económico encarnado en su moneda, el marco alemán. Frente a las suspicacias que levantó la unificación alemana en Europa, Kohl prometió en Maastricht una Alemania unida dentro de una Europa económicamente solidaria a través de una moneda común, el euro. La mayoría de los alemanes no querían el euro, pero se impuso. Ese consenso europeo parece ahora casi roto por Merkel, que pone en riesgo la estabilidad económica europea en favor de intereses electorales regionales, cortoplacistas.

También fue impopular para Kohl perder el marco, pero Merkel no quiere poner el hombro cuando todos sabemos, hasta los propios banqueros alemanes, que la interdependencia económica es tan fuerte en Europa que si cae un país, el resto de las economías europeas se derrumbarán como un castillo de naipes.

Debemos ser solidarios y regular y reducir drásticamente la especulación financiera, que no crea riqueza, sino que favorece los pánicos y erosiona la estabilidad. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, destacaba recientemente que se solía decir que los «beneficios (del sector financiero) estaban justificados porque ese sector estaba haciendo grandes cosas por la economía; canalizaba el capital hacia usos productivos; repartía el riesgo; mejoraba la estabilidad financiera... Nada de eso resulta ahora cierto. El capital no se estaba canalizando hacia los innovadores que crean empleo, sino hacia una burbuja inmobiliaria insostenible; el riesgo estaba concentrándose, no repartiéndose, y cuando aquella burbuja estalló, el supuestamente estable sistema financiero se hundió, con la peor crisis mundial desde la Gran Depresión como daño colateral».

Hay que denunciar al antiguo gobierno griego del PP, que mintió, falseó los datos de su economía, pero ahora, y a pesar de lo sucedido, hay que salvar Grecia y el euro, tomando lecciones, por supuesto. Por cierto, ¿cómo explicarse el engaño y el desconocimiento de que los amigos de Karamanlis sigan ganando elecciones, en el Reino Unido, sin ir más lejos?

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