La Guerra Civil resultó tan destructiva que hicieron falta más de diez años para que se recuperara el nivel anterior. Había enormes bolsas de pobreza. Asturias recibía oleadas de inmigrantes extremeños y andaluces. Se veían a la hora en que llegaba el tren. Familias enteras descendían de los vagones trayendo consigo, en maletas de cartón atadas con cordeles, todo lo que tenían. Los años inmediatos a la contienda fueron muy duros. No había alimentos aunque se tuviera dinero. El año 41 pasó a la posteridad como «el añu la fame». Hasta el 52 hubo cartilla de racionamiento, que había que exhibir para comprar determinados artículos. El pan era de muy mala calidad. Tenía un color grisáceo y un sabor a tono con su aspecto. Un silencioso grito subversivo era «menos Franco y más pan blanco», en alusión a la abrumadora presencia del Caudillo en todas partes, en forma de retratos, afiches o grabados.

En los inicios del franquismo, España era pobre. Asturias, también, aunque en algunas zonas había trabajo en abundancia, lo que no quiere decir que estuviera bien pagado. El paradigma era la minería. De los mineros se decía, siempre se dijo, que ganaban mucho. Ganaban los picadores y barrenistas, que trabajaban a destajo (era un trabajo que se podía medir y, a mayor producción, mayor sueldo), pero se consumían enseguida. La silicosis, una enfermedad con un final durísimo, era una secuela segura y llegaba relativamente pronto. Además la siniestralidad era muy alta. En el pozo María Luisa, entonces de Duro Felguera, en Ciaño, murieron 17 trabajadores en una explosión el 14 de julio de 1949.

El carbón, y señaladamente el asturiano, constituía la única fuente de energía autóctona de España. Luego se desarrolló la energía hidráulica. En cada «No-do» aparecía Franco inaugurando un pantano, se decía. Los mineros asturianos hicieron de su sacrificio -porque lo fue, y enorme- un motivo de orgullo: «levantamos España». El nivel de empleo más alto de la minería, 53.000 asalariados, se registró a comienzos de los años cincuenta, cuando se empezó a incubar la crisis del sector. Aquí encontró España el combustible para alimentar su caldera económica en tiempos de escasez y autarquía. Fruto del paternalismo del régimen y de su temor a los estallidos proletarios -el dictador confesó que en su época de comandante de Oviedo iba a los chigres a espiar a los mineros- nacieron también las empresas públicas.

La siderurgia fue otra importante fuente de empleo, con fábricas en La Felguera, Mieres y Gijón. Mientras en la minería la falta de capitalización pudo sustituirse por mano de obra masiva, en la siderurgia la modernización exigía inversiones que el capital privado no hizo. El Estado vio necesaria una gran siderurgia de nueva planta y, tras examinar varias opciones de emplazamiento, se decantó por Avilés, lo que supuso una transformación profunda y vertiginosa de la ciudad.

Este es parte del gran fresco en el que creció una generación entera de asturianos. No por vivido y cercano es menos interesante. Al contrario: precisamente por su proximidad resulta necesario ponerlo en perspectiva para entender con claridad su significado. Muchos mayores reconocerán sus sacrificios en la remembranza de esa España que empezó a salir del agujero con el «Seiscientos» y el turismo, con las clases medias y el desarrollismo. Sus nietos podrán comprobar lo mucho que el país cambió en poco tiempo.

Si difícil era la vida en las villas, más en el campo, con ninguna comodidad y una economía de subsistencia. La gente se incorporaba muy pronto al mundo del trabajo. La inmensa mayoría de los jóvenes dejaba la escuela a los 14 años para labrarse un mañana. Era habitual que ayudaran en la casería o entrarán de aprendices de un oficio, incluso sin cobrar nada. Las mujeres estaban especialmente sometidas. Las privaciones, no exclusivas de Asturias pero aquí acentuadas, eran el pan nuestro de la vida cotidiana. Con todo, Asturias estaba en el grupo de cabeza de la renta per cápita de España. La prosperidad era sólo relativa y sostenida por las circunstancias. A medida que el país se abrió, llegó un declive continuado.

Sobre la relación de Asturias y el franquismo hay una amplia bibliografía que aborda aspectos parciales. Era necesaria una obra global, pensada para todos, como la que hoy pone en marcha LA NUEVA ESPAÑA. Quedan aún muchos testigos vivos y lo van a relatar en nuestras páginas -las de los fascículos coleccionables y las del periódico-, y quedan muchos documentos inéditos y fotos por divulgar. Se trata de componer cronológicamente la gran crónica de aquel período que marcó a un país. Una crónica que ningún diario pudo escribir entonces porque carecía de la materia prima de la que está hecho el mejor periodismo: la libertad para informar.

Los 40 años de franquismo están llenos de nombres asturianos o allegados. Carmen Polo, Fernández Ladreda, Camilo Alonso Vega, los Vigón, Alejandro Fernández Sordo, Fernando Suárez, Fernando Álvarez de Miranda, Sabino Alonso Fueyo, Torcuato Fernández Miranda... También de acontecimientos singulares. Las huelgas mineras del 62, la huelga de misas, el maquis, el nacimiento de Hunosa y Uninsa, la clandestinidad, el éxodo rural, la emigración... Desde hoy están a su alcance con ecuanimidad. Sin posicionamientos ideológicos ni prejuicios. Para comprender lo que somos necesitamos saber lo que pasamos.