Se suele hablar de los mercados como si fueran realidades abstractas, genéricas y no sociedades privadas, muy concretas, responsables, junto a los gobiernos, de la grave crisis actual. La semana pasada, el desplome de la Bolsa provocó contundentes titulares de prensa: «Los mercados machacan a España y el Gobierno no los consigue calmar». Y para tratar de aplacarlos, presidentes de importantes bancos y empresas habrían aconsejado a Rajoy que, tras su entrevista con Zapatero, ambos dieran la imagen de que estaban unidos en defensa de los intereses del país y de que la situación de España no era la de Grecia.

Estos días se volvió a poner de manifiesto que los mercados gobiernan y los gobiernos se ocupan de gestionar, como afirmó Hans Tietmeyer, ex presidente del Bundesbank (Banco Central Alemán): los que violen estas normas serán severamente castigados, ya que en lo sucesivo estarán bajo el control de los mercados financieros. Y para el banquero George Soros, los mercados, que tienen realmente sentido de Estado, obligan a los gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero imprescindibles.

El mundo de las finanzas constituye un mercado planetario, permanente, inmediato y perfectamente adaptado al nuevo orden tecnológico. Y con un poder económico inmenso: los tres grandes fondos de pensiones norteamericanos movilizan diez veces más dólares que las reservas de los siete países más ricos del mundo. Las directrices de estos auténticos colosos son capaces de desestabilizar la economía de cualquier nación. Los mercados financieros no sólo están regulados por la ley de la oferta y la demanda, sino también por inversores sin escrúpulos, que pueden crear tendencia en el mercado de valores con su información privilegiada y su capacidad para difundir rumores. Por eso los gobiernos europeos han acordado defender la moneda única, «desafiada desde hace semanas por los mercados y los ataques de los especuladores».

Otros problemas acechan al Estado de bienestar. El llamado «grupo de sabios», presidido por el ex presidente Felipe González e integrado por doce líderes políticos y empresariales que aboga por una Unión Europea sólida y cohesionada, sostiene en un informe reciente que el consenso entre la dimensión social y el mercado se ha visto desprestigiado por las desigualdades que han aumentado en los últimos tiempos. La exclusión y las deficientes condiciones de trabajo son todavía una realidad para millones de europeos. No sirvieron para frenar esas desigualdades crónicas los años anteriores de bonanza continuada.

Según el informe citado, son tiempos de incertidumbre en la prometida Europa sublime: «Por primera vez en la su reciente historia existe el temor generalizado de que los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la generación de sus padres». En España, los jóvenes en paro doblan a los del resto de Europa. Y buena parte de los que trabajan lo hacen con contratos laborales encadenados y efímeros. Sin perspectiva de futuro y con la amenaza siempre presente del despido.