La historia se repite y no es cuestión de modas. Los usos y las prácticas, unos años después, vuelven a nosotros porque todo está gastado, nada nuevo se ofrece y, pensando que nuestra memoria flaquea, los que ahora se devanan los sesos echando una ojeada bastantes páginas atrás, vuelven a presentarnos lo rancio como algo nuevo. Y es que no nos esforzamos un ápice en rebuscar en la mente aquello que sí fue moda hace... ¡qué sé yo!, hablemos de cincuenta años atrás. Bueno, pues salvando distancias, la fiesta, el jolgorio, la diversión, el espectáculo, las reconocidas «barracas», las orquestas, la charanga matinal, la tómbola, el tiro al blanco, el olor de las finas patatas fritas cargadas de sal, la humareda de los churros, el tiovivo, los caballitos, los coches de choque, el algodón de azúcar, el circo, los reconocidos teatros «Argentino» y «Chino» y hasta los astutos y rápidos trileros, era una componenda de esa fiesta, una parte para los niños y lo que restaba para los mayores: ¡Jo, cómo lo pasábamos! ¡Oiga!, y aquello funcionaba y todo el mundo esperaba por ello. Pero ahora...

Ahora es otra cosa por lo que parece. Yo estoy seguro que, entonces, en esos supuestos cincuenta años que repaso páginas atrás, teniendo menos dinero en nuestros bolsillos, lo pasábamos mejor, veíamos y encontrábamos más atracciones, y, sobre todo, llegábamos a casa baldados, los pies ni los sentíamos, pero... ¡cómo habíamos disfrutado! Hoy pienso que no, aunque la gente llegue rendida y no pueda con su alma. ¿Saben por qué? Porque el espíritu cansa primero que el cuerpo. Creo que hay desgaste mayúsculo de tanto pensar cómo pagar la hipoteca, la letra del coche, las obligadas vacaciones, el modelito para la imperiosa boda... ¡Qué les voy a seguir contando, si lo conocen mejor que yo!

Y así casi llegamos a las fiestas de San Pedro en La Felguera. Hace unos días leía en LA NUEVA ESPAÑA las declaraciones del presidente de esta Sociedad de Festejos, Abraham Montes, y no podía dar crédito... ¿crédito?: eso es lo que tienen ahora mismo. El estar endeudados, mejor diría atragantados, desde hace tiempo con algo más de ocho millones de pesetas, es el no poder celebrar las fiestas como se merecen los felguerinos. Además, como todo ello es una pescadilla que se muerde la cola, el señor presidente se queja del poco apoyo del gremio hostelero y, en justo castigo -y eso lo añado yo-, si hay menos fiesta, hay menos concurrencia y si no hay ambiente, no sé quién coño va a entrar en los locales, bien puedo decir, de comidas y bebidas.

Después hablé con el vice de Festejos, Salvador, y qué les voy a decir lo que acabó de rematarme: pero hoy no se lo cuento. Año tras año y durante unos cuantos, bien que me acuerdo de San Pedro en La Felguera. Y así concluyo mi artículo: «...que la pague».