El mundo siempre ha estado en vilo, pero en esto también hemos avanzado. Ahora hay más profecías del desastre que nunca; de hecho existen por ahí varias oficinas del apocalipsis dedicadas a pregonar plagas, epidemias y situaciones límite. La mayoría de ellas sin acreditar o no suficientemente acreditadas. Recuerden el calentamiento global, la gripe porcina, los efectos de las cenizas del volcán islandés, ahora la «epidemia griega», etcétera.

No estamos a salvo de nada; por el contrario vivimos amenazados por casi todo en un mundo en constante erupción. Se supone que a estas alturas, según las previsiones de la OMS, debería haber miles de personas muertas a causa de la llamada gripe A y millones de afectados en el planeta. Se habló de colapso en los hospitales, los colegios y los centros de trabajo y resulta que la gripe A ha causado menos víctimas mortales que la gripe común. Lo que iba a ser la primera pandemia del siglo XXI no ha sido más que un timo de las farmacéuticas a los gobiernos, o con la colaboración de ellos, bajo la batuta de la Organización Mundial de la Salud. El Gobierno español, un ejemplo, adquirió 15 millones de unidades del famoso tamiflu de las que sólo se han utilizado apenas seis mil.

El de la gripe A o porcina sería el timo del siglo XXI si no fuese porque tiene un directo competidor en la evanescente teoría del calentamiento global, frecuentemente refutada por los caprichos de la climatología más allá del crecimiento de los gases y del efecto invernadero. La cosa es que dedicamos nuestros escasos recursos a lo que esencialmente no es problema, e ignoramos los verdaderos problemas del mundo: las hambrunas, las enfermedades rigurosamente diagnosticadas, la negación de los derechos humanos, la amenaza del terrorismo, la amenaza nuclear, etcétera. Los políticos y las elites prefieren entretenerse con estos asuntos de moda, en vez de concentrarse en lo que realmente afecta a los ciudadanos. Así es la vida.