En un artículo de LA NUEVA ESPAÑA escrito ante la amenaza de cierre del instituto de Boal, Raquel Murias daba otro toque de atención respecto a la situación del mundo rural asturiano: "Nos sobran centros de interpretación y nos falta gente". Hubo un tiempo en que se pudiera haber creído en su eficacia para la recuperación de los lugares más deprimidos, pero se confió excesivamente en ellos, y solamente en ellos. Llevamos años comprobando que si no van acompañados de cambios más profundos y elementales, poco podrán hacer por sí mismos. No obstante, y a pesar de la cruda realidad, los centros de interpretación siguen apareciendo en nuestro paisaje como setas en otoño. Para muestra, el último inaugurado en La Rodriga, concejo de Salas, denominado también museo al aire libre. Como se prefiera.

Toda estructura arquitectónica se enfrenta a un problema concreto en un lugar determinado. Este es un hecho básico, primario que requiere grandes dosis de sensibilidad (hablo en términos de eficacia). La integración con el paisaje -que por supuesto no implica ocultamiento-, su valor sígnico y simbólico son los factores que fundamentan cualquier proyecto. Un edificio es la imagen exterior de una idea, y sus características formales sirven para comunicar su filosofía: la bautizada como Casa del Río en La Rodriga -en este caso la cobertura con paneles de policarbonato de una arquitectura preexistente que modifica absolutamente su apariencia-se publicita como un elemento definidor del Narcea y su entorno. Vayamos pues por partes.

Uno. La arquitectura museística debe conjugar de manera equilibrada información y estética. Cuando la presentación es tan ornamental que su función informativa queda desvirtuada, el edificio se teatraliza y cae en la inoperancia, como ocurre en este caso. Confusión de colores de significación extremadamente simple (sol, agua, hierba, salmón) y profusión de líneas ondulantes que se enmarañan con la tipografía y las imágenes, impiden una lectura mínimamente organizada.

Dos. Decía una directiva de una importante marca comercial: "No quiero entrar en mis locales y aburrirme. Si me aburro, que Dios me ayude: también se aburrirán mis clientes; de modo que continuamente tratas de buscar algo que los sorprenda." Esta búsqueda de interés, más propia de la facilona y atrayente arquitectura mercantil -tipo centro comercial- que basa su gancho en las promesas de diversión, no se justifica por sí misma como foco de atracción para este equipamiento, aunque ha sido el aspecto que han destacado una y otra vez las administraciones local y regional para publicitar este pequeño fiasco museístico-cultural.

Tanto el continente como el contenido están presididos por la arbitrariedad que depende de criterios tan parciales como las modas momentáneas. Falta sentido de permanencia, coherencia y contenido informativo que justifiquen su razón de ser, así que temo que sea otro nuevo gasto de dinero público -aunque una de sus virtudes sea el abaratamiento de costes de mantenimiento- en lugares donde tener carreteras medianamente decentes para transitar, ríos con vida o un paisaje de calidad es un lujazo que no nos podemos permitir.

¿Será que por obra y gracia de este nuevo invento ya no necesitaremos vender nuestra tierra, nuestro aire y nuestras aguas a empresas de minas, canteras o aerogeneradores? Si es así, bienvenido sea.