Don Felipe González, ex presidente del Gobierno español, acaba de presentar en Bruselas un informe sobre el futuro de Europa que le había sido encargado hace dieciocho meses por las autoridades comunitarias, poco después de que se iniciase en los Estados Unidos la crisis financiera que ahora nos ha cogido de lleno. Leo en la prensa que el conjunto de medidas que proponen González y su grupo de sabios pasa del centenar, aunque de momento no ha trascendido cuáles sean. En cualquier caso, no parece que vayan a diferir mucho de las que ya se anuncian en Grecia, con recortes generalizados de las conquistas sociales (pensiones, salarios públicos, etcétera). Un recorte que, según un dirigente sindical de aquel país, hará retroceder el bienestar del pueblo griego a los niveles de los años cincuenta, cuando la economía europea aún no se había recuperado del desastre que supuso la II Guerra Mundial.

Y, curiosamente, a esa década se retrotrae también el señor González para explicar cuál ha sido, a su juicio, la clave de la actual crisis. «Recordemos», nos dice, «una frase de los años cincuenta de un presidente estadounidense, no precisamente progresista, el general Eisenhower, cuando proclamaba: "Lo único que hace peligrar la democracia representativa es el creciente poder del complejo militar industrial". Tal profecía no se cumplió, pero ahora estamos ante un nuevo peligro: el poder financiero global que condiciona el poder representativo de los gobiernos. Y la contradicción más grave que estamos viviendo es que la operación de rescate de las entidades financieras privadas se ha hecho a costa de los contribuyentes y eso ha desequilibrado las cuentas públicas. Desgraciadamente, no se ha cambiado nada del comportamiento que nos ha llevado a esta crisis y, a mi juicio, ya se está incubando la siguiente explosión financiera».

El diagnóstico de González, sin ser original, es tan certero como preocupante y deja poco espacio a la esperanza. El discurso de los políticos está lleno de ambigüedades y el señor González ha sido siempre un maestro en esa habilidad de disfrazar la realidad con palabras. En una ocasión dijo: «Otan, de entrada, no» y luego defendió la permanencia en la alianza militar a capa y espada contra el sentir general de la población. Y en otra se extasió ante los logros del capitalismo de Estado dirigido por el Partido Comunista Chino ponderando la famosa frase de Deng Xiao Ping: «Gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones». Ahora mismo, enfrentado a la realidad de una crisis provocada por el capitalismo financiero especulativo, ha recordado una frase famosa del general Eisenhower en la que alertaba sobre los peligros del llamado «complejo militar industrial»; es decir, sobre el peligro de que los intereses de la industria militar norteamericana acabasen por dirigir la política de Washington. El señor González da por cierto que esa profecía no se ha cumplido, pero él sabe mejor que nadie que no es así. Salvo ligeras reducciones durante los mandatos de Nixon, el crecimiento del presupuesto militar norteamericano ha sido constante desde la II Guerra Mundial. Y cuando no hay amenazas potenciales a la vista, se inventa una «guerra duradera» contra el terrorismo para justificar el incremento, como hizo Bush después de los aún no esclarecidos atentados del 11-S. Otra cosa es que lo que él llama «poder financiero global» sea tan peligroso para la democracia representativa como el «complejo militar industrial». Aunque cabe sospechar que, en el fondo, son la misma cosa.