Está claro que en el significado que cada uno le da a las palabras juega un papel fundamental la experiencia, personal o colectiva, que de su uso se tenga. Así cuando se traduce de una lengua a otra se pueden perder matices importantes, a veces fundamentales pasa sentir que se habla de lo mismo.

Y es que desde que yo recuerdo hay una palabra que, aunque tenga su equivalente prácticamente idéntico en castellano y asturiano, para mí se diferencia clarísimamente, porque nunca ha sido lo mismo en mi vocabulario «llamber» que lamer.

Cuando niña yo no era buena comedora, pero sí era «llambiona». Mi madre se desesperaba para que yo comiese correctamente, para contrarrestar los efectos de los muchos medicamentos que tomaba. Hacía todo lo posible y lo imposible para que yo me alimentara como es debido.

Tengo que agradecerle sus esfuerzos, porque después de tanta insistencia acabó consiguiendo que yo comiese de todo y aún hoy más de lo que debiera.

A mi madre tengo que agradecerle también sus fantásticas manos para la cocina (ya sé que todos dicen que quien mejor cocina es la madre de uno, pero reto a cualquiera a competir con la mía).

Lo que más me gustaba siempre era cuando hacía tartas o mantecados, porque al acabar me dejaba «arrebañar» la fuente en la que lo había amasado, y esa imagen, la de pasar el dedo por la pasta dulce es la que me viene a la mente cada vez que leo, escucho o uso aquello de «llamber», «llambionaes» o cualquiera de sus derivados, me veo relamiéndome más que lamiendo.

Aunque en aquellas ocasiones tenía un enemigo, que no era mi hermano, porque con él podía compartir aquel juego de la repostería, sino «la llambiona», un utensilio de cocina que era capaz de dejarnos sin ningún resto de la masa. Me hacía muy poca gracia que mi madre sacase del cajón aquella especie de paleta blandengue que se movía por todos los resquicios del recipiente y apenas dejaba restos. Era demasiado eficaz en su cometido. Una auténtica guerra de «llambionas», creo yo.

Por todas esas connotaciones tan dulces y tan entrañables me ha gustado especialmente el nombre que le han dado al salón de los aromas y sabores dulces que se ha celebrado en Avilés este fin de semana pasado: «Sweet Llambión». Iniciativa que espero que se repita en muchas más ocasiones, pues ya sabemos aquello de «a nadie le amarga un dulce». Yo diría aún más, que un dulce siempre nos regala una sonrisa, y una sonrisa siempre merece la pena.