Hasta hace un tiempo, la antigua calle Mayor -uno de los pocos territorios castizos que le quedaban a Llanes- era el hábitat natural de gentes irrepetibles e inolvidables, como Pilar Pérez Bernot, de cuya muerte se cumplirán dos años el próximo sábado, día 15. Quienes formamos parte de aquella escenografía tuvimos la suerte de crecer sintiendo a nuestro lado la presencia vital, honesta y siempre ajetreada, de personas de la importancia de Pilarina. A diario iban y venían Teto y Domingo, Sarina «la Avellanera», don Gil, el cura, Logio «el Chulu», Juan «Lechuga», Tono «el Pitu», Ción y Luquinas? para arriba y para abajo, mientras Pilar, «la de la Pilarica», atendía su modesta pero acreditada tienda de comestibles en el número 5, sin tiempo para sí misma y sin tiempo, casi, para ver pasar la vida. Así, durante cuarenta y dos años.

De toda aquella galería de personajes populares se conservan numerosas fotografías, pero sólo un par de pinturas (y eso que todos ellos merecían haber sido inmortalizados en un lienzo): una acuarela de Vicente Sobero, el genial hiperrealista de Cue, que nos muestra a Sarina en su pose habitual, sentada ante un cesto de avellanas; y un retrato a sanguina de Pilar Pérez Bernot, hecho en 2008 por Nieves Salas Montero, una pintora profesional madrileña que tiene en Poo su segunda residencia. La de Salas -una obra sublime que nos recuerda vagamente el estilo de Rembrandt- está sacada a partir de una foto de Pepe García Arco de 1942, y refleja a una Pilarina joven, bellísima, de mirada clara e ilusionada.

El caso, en fin, es que hay poca pintura a la vista, aunque de excelente calidad, para ilustrar el fértil capítulo del costumbrismo llanisco, y ello a pesar de que nunca han faltado en el flujo de la calle Mayor pintores y dibujantes cotizados. De críos los teníamos fichados a todos: nos fijábamos en las zancadas de Jesús Palacios camino de la Barra, con su cuaderno para tomar apuntes al natural; estudiábamos el posicionamiento de Purón Sotres con su caballete al pie de la iglesia; o de César G. Pola en el Sablón; o de Pedro Álvarez, que solía ir a pintar a la cuesta de El Cristo; o del japonés Tetsuo Hirata en el Riveru; o de Margarita Cabeza en la Compuerta; o de Fidel Bueno en la plaza. Conocimos a Paulino Vicente, que pasaba temporadas en un piso alquilado en la calle Manuel Cue, y a Rafael González Rodríguez, veraneante de Madrid, que pintaría para el bar La Marina un cuadro grande de los acantilados de San Pedro vistos desde la mar. Ellos pintaban y nosotros jugábamos a las canicas y toreábamos las olas en el Sablín. Uno de nuestros compañeros de juegos era un nieto de Ángeles Carriles, «la Carrilana», que se llamaba Julio (Julio Rey) y llegaría a ser un figura del humor gráfico.

Dos años después de su fallecimiento, Pilar Pérez Bernot -uno de aquellos grandes personajes llaniscos desaparecidos- ha vuelto a inspirar a otro artista: el pintor de Buelles Ramón Alzola Llamero la ha retratado en un sobrio óleo sobre lienzo que tiene algo de soneto triste o de tristeza de poeta. El artista nos enfrenta a un rostro de serena ancianidad, en la frontera del agotamiento de una vida ejemplar, sin que la expresión de Pilar pierda, pese a todo, la dulzura que había captado la cámara de Pepe García. Este cuadro forma parte de la exposición que presenta Alzola estos días en la Casa de Cultura de Llanes junto al pintor y escultor alemán Rudolf Michael Schmid.