Ahora se ha puesto de moda entre los regidores municipales de la patria nuestra el afuracamiento de las ciudades. No estoy muy seguro de si es moda o es que padecen el síndrome del Topo. El caso es que el paisaje urbano va a acabar soterrado.

Llego a este Gijón del alma y me encuentro con la plaza del Parchís hecha una llaceria, pates arriba. Tengo la Capital del Reyno igual. Con la calle Serrano afuracada para convertirla en «parking» subterráneo. Cosa del alcalde Gallardón. Su colega, De Lorenzo, pretende hacer lo mismo con la calle de Uría, donde los mineros del 34 querían tomar café.

Se rumorea que en el útero gijonés, Cimadevilla, pretenden afuracar la Atalaya (digo la Atalaya porque decir afuracar Santa Catalina suena irrespetuoso y blasfemo). Y aún queda por afuracar el camino subterráneo para el metrotrén. Debería considerarse pecado llevar a la gente al campus o a la Laboral (que hizo Girón y terminó Areces) en un trenín bajo tierra y al paisaje que le vayan dando.

Está claro que los alcaldes no pretenden otra cosa que salir en los libros de Historia. Algunos se comportan como niños en la playa jugando con pala y caldero. Hacen castillos en la arena, túneles, regatos, pozos y charcos.

Está el crío jugando en la playa y le preguntas:

-Manolín ¿qué vas a ser de mayor?

-Alcalde, ho. ¿No lo ves?

El abuelo fue barrenista allá en la mina y él va a ser alcalde, urbanista, afuracador. Saldrá en todos los libros. Como Le Corbusier en Brasilia,