Por fortuna, una buena noticia, de la que nos congratulamos: el Rey, como si fuera un torero corneado el domingo anterior, remonta el percance quirúrgico satisfactoriamente. La costumbre de chequear su salud en Cataluña ha podido tener benéfico influjo entre los independentistas. No tendrán el Estatuto que esperan, pero, al menos, sí un regio paciente que confía en ellos, algo es algo. Como un sobrino distinguido le ha visitado el presidente del Gobierno, que, siguiendo una rancia costumbre, fue recibido por el equipo médico habitual a las puertas del centro, y suponemos que de igual manera despedido. Antes se acompañaba a las altas jerarquías hasta el término municipal, ahora basta con el «¡hasta pronto!» en las escaleras hospitalarias.

El Rey está bien, del nódulo pulmonar, pero preocupa que haya resistido hora y media de visita de Zapatero -según las referencias mediáticas-. ¡Hora y media! Sorprende que el regio paciente solicitara del visitante noticia de los mercados, el mensaje del vicepresidente americano Biden y el cónclave del Eurogrupo, temas de dudoso interés para cualquier convaleciente. Lo extraño es que se lo preguntara a éste precisamente, que parece inmune a las informaciones y consejos que le llegan de fuera.

Larga vida al Rey y salud para afrontar percances físicos y visitas como ésa, en situación en que mal podía defenderse.

Otra miscelánea que tiene atónita a parte de la población es la aguerrida actitud del juez de instrucción, que se las tiene, con arrogancia, con un complejo de togas, teóricamente superiores, que se han atrevido a pedirle cuentas de la forma personal e intransferible con que lleva los asuntos en una dependencia que parece pertenecerle por derecho de uso y quizás pase a sus descendientes. Este magistrado, un Peter Pan de la magistratura que no quiere crecer en el escalafón, pretende el corte de mangas a la justicia escapándose al Tribunal Penal Internacional de La Haya, reclamado por su cuate argentino en un puesto subalterno de consultor exterior, lo que le permitiría salir con cuestionable arrogancia por la puerta grande. Su cuerpo macizo atraviesa la hermosa plaza de París, a pie, entre la Audiencia Nacional y el Supremo, respondiendo apenas, con voz aflautada, a los chicos de la prensa y de la cámara, que le ven pasar con un gesto de contenida furia. Buscando un símil cinematográfico, podría ser la imagen de Al Capone a quien le quisieran prohibir la entrada en uno de sus propios garitos, en plena «ley seca». ¡Cosas veredes?!

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