Estos días en Oviedo se celebró una reunión de cirujanos de varias especialidades, asociados en torno a lo último de lo último en tecnología puntera aplicada a la cirugía, y si uno no fuera del gremio y desconociese lo que allí se trató, pues diría que había participado en un auténtico aquelarre. Lo que parecía un milagro años ha, pues ya no lo es y en determinados hospitales es una práctica diaria el hecho de que un robot, de nombre Da Vinci, en honor a la figura de don Leonardo, te recomponga con sus largos brazos de «Manostijeras» el descoyunte visceral. La mano del hombre, a Dios gracias, no está ajena a este moderno y sofisticado dispositivo. Me explico. El cirujano se mete en una consola llena de botones, se pone unas gafas de las de Avatar por lo del 3D para visualizar el monitor que retransmite en directo el viaje del instrumental por tus interiores, y «Manostijeras» corta lo malo o lo podre con una precisión milimétrica. Y es más, el hombre de la consola puede estar en Madagascar y el enfermo en Alcorcón. Pero que nadie se asuste, que a los pies del paciente, donde los instrumentos obran con exactitud, otro cirujano vela para que el robot no se marche de vacaciones y la líe. Fue impresionante el videoclip que el profesor J. Magriñá (Arizona) nos presentó sobre el campo de batalla en una guerra del 2025, vemos en animación cómo a un soldado le pegan unos tiros, cae al suelo, de inmediato una ambulancia psicodélica lo recoge, todo robotizado, entra el soldadito y lo primero que le hace el robot es un escáner que diagnóstica las lesiones, para el caso tres balas en la extremidad inferior derecha, entonces sale un brazo largo de manos con dedos láser y abre al paisano, le extrae las balas y lo cierra con una sutura también láser. Un helicóptero lo recoge y lo traslada a su domicilio para que disfrute en su Alabama unos días de permiso. En este punto la realidad y la ciencia ficción ya se han topado. Y lo vimos en Oviedo, en la reunión de la SECLA (Sociedad Española de Cirugía Laparoscopia), en su IX Congreso, como presidente el doctor Faustino Pozo, otro espadachín de nuestros intestinos que está a la última.

Nos llevamos las manos a la cabeza cuando en 1986 unos cirujanos de Lyon, Mouret y Dubois, extrajeron una vesícula litiásica a través de unos minúsculos orificios en el abdomen. Esto es propio de la guerra de las Galaxias, comentamos los cirujanos de este país en un alarde de incredulidad, ja, y antes de que cantase el gallo la nueva técnica se estandarizaba en nuestros hospitales, y las damas y caballeros lucen en la playa sus abdómenes casi vírgenes, sin apenas cicatrices, encima pueden comerse una fabada sin amenaza de cólicos y escasa ventosidad. El consejero de Sanidad que vio lo que vio en la reunión de Oviedo, se entusiasmó y prometió que el nuevo hospital tendría un Da Vinci. Es posible que al Consejero no le dijeran el precio de la maravilla. No obstante, creo que los asturianos pagarían gustosos un par de céntimos más por el litro de gasolina con tal de contar con un Da Vinci que llegado el caso les ajustase los tornillos de sus tripas con extraordinaria precisión, eso sí, al lado de un cartel de buenos cirujanos velando desde la consola y al pie de la mesa de quirófano. Hagamos votos por que las promesas de las autoridades, como viene siendo habitual, no se las lleve el aire, pues a los asturianos nos gustan que nos corten por lo sano, pero no demasiado por lo sano, que ya nos queda poco.