No hay recorrido vital ni experiencia que valga. Los análisis, terapias e introspecciones son cosas del pasado. Si usted quiere saber algo sobre sí mismo no tiene más que mirar con detenimiento la columna de la derecha de su página de inicio en Facebook. Allí encontrará en perfecta alineación el resumen de quién es dentro y fuera de la red social.

En mi caso, y atendiendo a tan enriquecedores anuncios, yo soy una mujer en edad de procrear (así me lo hacen saber con invitaciones a descubrir el sexo de mi hipotético hijo e incluso cómo será su rostro), con inquietudes culturales (así me lo confirman las sugerencias para formar parte de diferentes grupos de fans), con carné de conducir (según las ofertas de los últimos modelos de coche) y con el verano acechando mis muslos, axilas y caderas (así me lo recuerdan los anuncios de cremas solares, reafirmantes y depilación láser.)

En fin, toda una batería de anuncios encubiertos como sugerencias que, efectivamente, nos dicen qué tipo de consumidores somos, pero que, sobre todo, nos ofrecen una instantánea del perfil que nosotros mismos hemos realizado de nuestra identidad. Y este es supuestamente el santo grial de la nueva publicidad. Es decir, que los vendedores puedan ofertarnos productos de manera personalizada en base a nuestros intereses; los que hayamos declarado en perfiles y los que hayamos dejado registrados con nuestra actividad en internet. O sea, en nuestras compras, búsquedas y paginas visitadas.

A esto se le denomina «behavioral targeting» o «segmentación por comportamiento». Así, mientras la publicidad tradicional se dirige a sectores de audiencia definidos por criterios como el sexo, el nivel adquisitivo o la edad, la nueva publicidad se sirve de nuestro comportamiento «on line» para ofrecernos justo lo que nuestros hábitos y declaraciones han dicho que estamos buscando.

Pero, ¿qué sucede si mentimos? ¿Qué ocurre si lo que decimos de nosotros mismos no es toda la verdad? Al fin y al cabo, si la comunicación «on line» es un retrato de la comunicación real, nuestra identidad como navegantes no tiene por qué ser más sincera que nuestra identidad como ciudadanos. Y de la misma manera que en una conversación fingimos haber leído ese libro que «es un clásico» para no quedar mal; de la misma manera que asentimos sin tener ni idea en una conversación sobre política internacional o incluso nos reímos de un chiste no entendido, de esa misma manera nos comportaremos en el mundo virtual.

El objetivo, en ambos escenarios será hacer nuestra imagen más atractiva de cara a los demás. La diferencia es que en la red, nosotros podemos confeccionar ese retrato con mayor minuciosidad. Y aunque la nueva publicidad no detecte nuestras mentiras, las conclusiones que extraigan de ellas para vendernos un producto nos revelará finalmente nuestra verdad. Y lo harán a través de un anuncio absolutamente personalizado.