Ha comenzado el ajuste de nuestra maltrecha economía. La presión de Merkel, Sarkozy y Obama ha sido de tal calibre que Zapatero no pudo resistirla, y todo parece indicar que recibió algo parecido a un ultimátum. Nuestra economía es seis veces mayor que la griega, por lo que un rescate supondría cifras cercanas al billón de euros.

Bienvenida presión que puede servir para iniciar el camino de la reducción del déficit público. Las cifras de ahorro establecidas, en torno a los 15.000 millones, a juicio de los analistas parecen insuficientes, por lo cual hay que esperar nuevos tijeretazos acompañados de subidas de impuestos que aporten 30.000 millones en la carrera hacia el tope del 3 por ciento en el déficit público.

Pero exigida la reducción gradual del gasto público, nuestros socios y vigilantes protectores no señalaron los procedimientos para alcanzar aquel objetivo. Han sido Zapatero y sus asesores los que han optado por la fórmula más inmediata: sacar los euros de los bolsillos de funcionarios y pensionistas, además de anular o restringir prestaciones que en su día fueron aplicadas como muestra de la sensibilidad social del Gobierno socialista.

Es un procedimiento efectivo, pero también merece el mayor reproche, porque supone vulnerar principios de ética social y de los propios mandatos del código del buen gobierno que tan pomposamente proclamó Zapatero cuando llegó al poder.

Es evidente que ni funcionarios, ni pensionistas participaron en las causas de la crisis. Están al margen de la «burbuja inmobiliaria» y de la gestión financiera y empresarial. Son ajenos al incremento del paro y, sin embargo, han sido escogidos como pagadores, mientras que los responsables recibían fuertes inyecciones de euros.

Causa bochorno que Zapatero no se haya atrevido a reducir el gasto público suprimiendo organismos y actividades claramente prescindibles. Ahí están las televisiones autonómicas, empresas públicas, «embajadas», subvenciones disparatadas, ayudas desmesuradas al exterior que causan asombro en la opinión internacional, e incluso el adelgazamiento de su estructura de gestión, empezando por su propio Gobierno, como ejemplo para los que han creado tantos «miniestados» convertidos en máquinas de gastar el dinero de los contribuyentes.

Quizá lo más lamentable es que las medidas tomadas no van a servir para remediar nuestro mayor mal. Una autentica recuperación sólo puede medirse en términos de creación de empleo.

Se extiende la opinión de que se impone un cambio y que Zapatero está desnortado, le falta la capacidad y la fortaleza necesarias para asimilar el plan que le han impuesto, y el liderazgo imprescindible para sacar al país de esta situación dramática, como así la ha calificado José Manuel Campa, secretario de Economía del Gobierno de Zapatero.