Escribo desde Comillas, la localidad cántabra donde este domingo se celebraba la «cumbre» México-Unión Europea, prólogo del encuentro que reunirá en Madrid a medio centenar de jefes de Estado y/o de Gobierno latinoamericanos y europeos. La culminación, o eso se pretende, de la Presidencia europea de España, que concluye el mes próximo. Uno de los momentos en los que Zapatero ha soñado para reforzar su imagen como estadista, interlocutor de los principales líderes del Viejo y el Nuevo continentes, una vez fracasada la reunión que iba a traer a Obama a Madrid el próximo día 22. La verdad es que Zapatero necesita fotografías que hagan olvidar las ojeras de su rostro cuando, esta semana, anunciaba al país, en un discurso parlamentario de menos de una hora, el plan de ajuste más duro que recuerdan los más veteranos. Pero, ¿bastará la presencia de tantos colegas con poder para reconstruir la ahora maltrecha figura del Presidente?

Zapatero recibe a tanto «vip» en el que sin duda es su peor momento. La prensa de estos días empieza a encontrar el sosiego suficiente como para analizar demoradamente lo que ha sido la semana de pasión del jefe del Gobierno del Reino de España: ha tenido que hacer trizas lo principal de su política social para ajustarla «a la baja» -y tanto- a las presiones procedentes de Europa y de Washington. Y ello ha ocurrido ante los ojos de todos los ciudadanos europeos, españoles, naturalmente, incluidos. Ignoro qué conclusiones se sacarán de la «cumbre» UE-Iberoamérica -estas cosas se hacen básicamente para la «photo opportunity»-, pero me temo que ni el saludo con el poderoso presidente mexicano Felipe Calderón, este domingo en Santillana del Mar, ni todos los abrazos con mandatarios de dos continentes bastarán para hacer olvidar los temas domésticos: ni siquiera el fiel aliado cántabro, el presidente autonómico Miguel Ángel Revilla, enfadado porque no traen el AVE de inmediato a la región, es ya el mismo amigo que era.

En este contexto, dudo mucho de que a los españoles les apasione debatir si viene o no a la «cumbre» de Madrid el venezolano Hugo Chávez -quien ha declarado que no viaja, aunque vaya usted a saber- o si se personará el mismísimo Raúl Castro -que tampoco-. Me dicen que en Moncloa manejan algunas encuestas que indican la profunda desmoralización que padecen los españoles, tan sensibles siempre al ridículo ante los vecinos europeos. Esa «operación de lavado de imagen», pese a la importancia indudable que para España tiene el papel de interlocutor de América Latina ante Europa, y viceversa, me temo que va resultar un pequeño fiasco, porque no está el horno para esos bollos.

Justa -el Gobierno se ha equivocado mucho, en mi opinión, a la hora de gestionar la crisis económica, especialmente a la hora de explicarla a los ciudadanos- o quizás injustamente -esta vez, seguramente ha hecho lo que tenía que hacer, aunque nos disguste-, lo cierto es que Zapatero está al borde del precipicio. Y ni Van Rompuy, ni Durão Barroso, ni Calderón, ni Uribe, ni Cristina Kirchner, ni Evo Morales o el mismísimo «emperador» Lula que viniesen a detener su caída, podrían salvarlo. Solamente él, sacando de la chistera conejos mágicos que volviesen a encandilar al personal, puede evitar despeñarse. Pero, ay, ¿le queda chistera al inquilino de la Moncloa?