Por qué tanto descalabro? ¿Por qué es este país el que, siguiendo la tradición, se lleva una de la peores partes en la crisis que se está librando? Fin de fiesta en el mundo occidental de un modo de enriquecimiento rápido que a punto estuvo de dar al traste con muchas cosas, si no fuera porque los estados salieron en auxilio de muchos de los enormes agujeros creados. Alguien tan poco sospechoso de izquierdista de pro como el anterior Presidente de Estados Unidos declaró que su fe en el sistema capitalista se había tambaleado. Por su lado, el actual Presidente francés, también conservador, habló de la necesidad de refundar el capitalismo, si bien se desconoce el modo en el que piensa llevar a cabo su solemne propuesta.

¿Y la izquierda? El líder laborista inglés acaba de salir derrotado. Grecia vive una crisis temible y, aquí en España, gobernados por un dirigente que tantas veces se llevó la mano al pecho afirmando con rotundidad que, con él, los trabajadores no perderían derechos, estamos viviendo los días después de su último anuncio de recortes que contradice el discurso que vino manteniendo desde 2008 a esta parte.

Y es que, si algo demuestra esta crisis, es la inexistencia total de la izquierda; o, lo que es lo mismo, la ausencia de discurso por su parte, máxime en nuestro país. ¿Qué respuesta tienen los partidos llamados de izquierda y los sindicatos ante el alarmante y continuo aumento del paro, más allá de la lamentación retórica? ¿Cómo se puede justificar desde la izquierda que, para no variar, los que más sufren la crisis son los menos favorecidos? ¿Qué propuestas concretas tienen los sindicatos ante la actual situación? ¿Y cuántas escenificaciones más piensa poner en marcha el señor Zapatero? ¿Para qué sirvieron aquellos llamados Pactos de Zurbano, que no fueron tales? ¿Qué sentido tuvo pactar con Rajoy algunos acuerdos mínimos, que se quedaron atrás tan pronto se anunció en el Parlamento el listado de las duras medidas de ajuste que el Gobierno piensa adoptar?

¿A qué están jugando los sindicatos cuando anuncian movilizaciones y paros de los funcionarios ante lo expuesto por Zapatero? ¿Acaso a justificarse ante una militancia que apenas tienen, lo que lleva al Gobierno a subvencionarlos con dinero de todos, con lo que eso implica en menoscabo de su credibilidad y margen de maniobra?

¿Cómo puede justificar Zapatero que se vio obligado a tomar estas medidas a resultas de presiones externas? ¿Es que no pudo ver él la conveniencia de ello, sin necesidad de que lo conminasen a hacerlo desde Europa y Estados Unidos? ¿Podrá seguir doña Elena Salgado deleitándonos con sus anuncios, tan poéticos, de «brotes verdes»?

¿Qué discurso, más allá de la improvisación y la demagogia, tiene esta izquierda que nos gobierna en España? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el señor Zapatero con la austeridad que se demanda? ¿De cuántos altos cargos de confianza se puede prescindir, máxime si tenemos en cuenta los pésimos resultados hasta ahora cosechados? ¿Alguien de verdad piensa que la mal llamada clase política está dispuesta a renunciar a sus privilegios, que suponen una de nuestras mayores sangrías económicas? ¿Se puede sostener que alguien es de izquierdas cuando no hay la más mínima disposición a abandonar las canonjías, siempre injustificables, en especial en tiempos de crisis?

¿Acaso hace falta echar mano expertos en sociología para caer en la cuenta de que muchos de los que se reclaman valedores de los derechos de los más desfavorecidos lo que hacen en realidad es defender su inmerecido estatus parasitando el dinero público? ¿Acaso hace falta proclamar alto y claro que el descalabro de la llamada izquierda está resultando escandaloso, sobre todo, aquí en España?

¿Cómo es posible que se atrevan a hablar contra los especuladores que originaron la crisis los mismos que facilitaron tantas y tantas recalificaciones de terrenos que en tan importante medida coadyuvaron a la llamada burbuja inmobiliaria?

¿Qué recetas tienen para atajar el paro y para garantizar las pensiones? ¿Se puede alguien llamar de izquierdas y renunciar a un discurso político que no tenga estas cuestiones entre sus auténticas prioridades?

¿Cuántos descalabros nos quedan por presenciar de aquí al final de la Legislatura? ¿Y cuándo llegará el momento en el que la ciudadanía empiece a organizarse, o, al menos, a percatarse de la necesidad de hacerlo?

Y es que otra parte del problema, y no más pequeña que lo anteriormente expuesto, es la dejadez social que existe ante todo lo que está sucediendo. Si los trabajadores no se sienten en su mayoría representados por sus sindicatos, habría que preguntarse por qué desde los centros de trabajo no empieza a refundarse una actividad sindical que se antoja necesaria.

Si, por otro lado, cada vez es mayor la abstención y el voto en blanco, habría que preguntarse por qué no se crean otros cauces políticos en los que los ciudadanos puedan sentirse más implicados y representados. Pero es muy grande la atonía, si bien sería deseable que no hubiese que llegar a situaciones desesperadas para que nos fuésemos despertando.

De descalabro en descalabro. Se quiera ver o no, es mucho lo que hay en juego, empezando por el Estado del bienestar, y la solución no vendrá dada por una clase política anclada en sus prebendas, sino por la exigencia ciudadana que alguna vez tendrá que despertarse.

Mientras tanto, Zapatero seguirá hablando como quien se dirige a traductores. Leire Pajín continuará poniéndose solemne para decir obviedades, cuando no disparates, y así sucesivamente.

La credibilidad de nuestra mal llamada clase política está en horas bajas no sólo por su ineficacia y por su impostura, sino también por una mediocridad que insulta a la inteligencia.

Y, en todo caso, me sigo preguntando si de verdad nos merecemos asistir a tantos descalabros, hasta cuándo, hasta dónde y hasta qué los seguiremos soportando.