Eramos pocos y parió la abuela alauita: cómo nos verá el sultán marroquí que se ha lanzado a exigir Ceuta y Melilla como aperitivo, sin duda, para reclamar las Canarias, la Península hasta Despeñaperros y lo que sea, que ni Covadonga está a salvo dada la extrema debilidad de España, con la ruina a cuestas, el separatismo en curso y la soberanía enfeudada a Alemania.

Cómo será de incompetente este Gobierno que hace unas semanas celebraba en la cumbre europea sobre el vecino del Sur las excelentes relaciones que mantenemos. Menudos amigos que se quieren quedar con parte de nuestra casa por la cara.

Incompetente y cobarde porque la respuesta ayer de la vicepresidenta Fernández de la Vega ha sido de pena, sólo unas palabras para decir que con Marruecos son todo almíbares.

La única voz a la altura de las circunstancias ha sido, como ya es costumbre, la de Esperanza Aguirre, que ha dicho que Ceuta y Melilla jamás han sido marroquíes, entre otras cosas porque son españolas siglos antes de que existiese el reino de Marruecos. A más a más, ha añadido que si quieren reclamarlas tendrán que denominar su iniciativa por su nombre: un acto de guerra.

Menos mal que ahí está Esperanza Aguirre siquiera para movilizar a la población cuando el mal vecino del Sur decida atacarnos. Es una cuestión de puro cálculo. Como enseña la historia, si el Magreb se unifica y la península Ibérica se divide, nos dominan. Por el contrario, si la península Ibérica se une y el Magreb se divide, los dominamos. No hay equilibrio que valga. Nunca lo hay. Antes de la invasión agarena existía la Hispania Tingitana o Transfretana -más allá del Estrecho-, que desapareció como resultado de una cadena de voladuras y traiciones. Ahora, tras siglos de sucesivas diástoles y sístoles y con una España troceada, arruinada y arrendada, puede repetirse la peor historia, salvo que líderes como Esperanza Aguirre lo impidan. ¿O era Agustina de Aragón?