Proclamaba «Golpes Bajos», con el distanciado énfasis que caracterizaba a este galaico grupo, que aquéllos, los de entonces, pasaban por ser «malos tiempos para la lírica». Me resisto a recordar si lo fueron, pero en absoluto me resisto a aseverar que los actuales no lo son en modo alguno. Y como muestra, un botón. A pesar de los casi cinco millones de parados, a pesar de la grave crisis que atraviesan el Tribunal Constitucional y el Poder Judicial, pese a la reducción del sueldo de los empleados públicos, pese a la congelación de las pensiones, pese a los crecientes niveles de endeudamiento y déficit del Estado, pese a los ataques de los taimados especuladores internacionales contra la estabilidad del euro, a pesar de la bajada de la Bolsa, pese la eliminación del Barça de la Champions, a pesar, incluso de la derrota del Oviedín en Pontevedra -¡vaya por Dios, las desgracias nunca vienen solas!-, el desbordante, resuelto, inmarcesible y arrebatado vigor lírico de este nuestro ejemplar pueblo español sigue latiendo irrefrenable bajo esta nuestra sufrida piel de toro y, lejos de anhelar tiempos mejores, se muestra una vez más en todo su esplendor magnificente.

Sonsoles está triste, ¿qué tendrá Sonsoles?, inquiere, al borde del delirio humanitario, una buena parte de nuestra hiperestésica sociedad patria. Los cortesanos sin corte de este procaz intento de república coronada no pueden por menos que mostrar su pesar, su desconsuelo: la esposa de nuestro presidente se siente confinada en la dorada jaula de la Moncloa, proclaman, y un escalofrío sobrecoge y estremece a todos los españoles de buena fe.

A la buena de María Antonieta la propaganda revolucionaria francesa no dudó en atribuirle falsamente la frase, supuestamente referida a las autoproclamadas masas hambrientas del París del Ancien Régime, de «si no tienen pan que coman pasteles». No puedo por menos que pensar que algún desaprensivo -quién sabe si un remedo de aquellos frailes que a decir de otros revolucionarios, a todas luces más castizos, envenenaban el agua de las fuentes- ha querido zaherir arteramente a la, por otro lado -piscinas de los huérfanos del benemérito cuerpo, corales gorgoritos y prêt-à-porter puentes aéreos Madrid-Londres al margen-, discreta consorte del otrora líder planetario ahora en desgracia.

De no ser así, caso de que esa lastimera queja pueda tener el más mínimo viso de realidad, no quedaría más remedio que proclamar: ¡Liberad a Sonsoles! ¡Liberemos a Sonsoles! Instemos a su marido a que deje para siempre la Moncloa. Y ya que no parece dispuesto a hacerlo por España -acaso su condición de republicano le impida compartir el ideario del difunto rey padre- esperemos que se avenga a hacerlo al menos por ella y, en su defecto, hagámoslo nosotros, por nosotros y por ella.