Craig Venter, el padre del genoma humano, acaba de crear la primera célula artificial. Así reza la noticia de alcance, pero la verdad es que el genoma humano estaba ahí desde los tiempos de Maricastaña, así que Vender, simplemente, lo describió -que es mucho, muchísimo, de eso no hay duda-, y en cuanto a la nueva célula evidentemente no la ha creado, porque crear es hacer algo de la nada y los elementos de ese ser vivo estaban ahí desde siempre, así que la fabricó, que es mucho, muchísimo, pero conviene matizar.

En más, ¿qué fabricó realmente? Por lo que se dice, el tinglado genético, lo más importante, pero no la célula en su conjunto.

No se ha indicado, además, si la nueva célula es igual a otras ya conocidas o tiene características hasta ahora inexistentes en la naturaleza. Y en ese caso, si las novedades son fruto del azar o dirigidas y con determinado sentido. O alternativamente si se ha abierto el camino para fabricar células hasta ahora inexistentes y con unas características concretas que interesen para determinado fin. A mi juicio, ése es el paso clave. No se sabe si lo ha dado Venter, aunque sin duda está en el camino.

La vida es difícil de definir y en todo caso se abusa al aplicar el mismo término a una célula y a un rinoceronte. Los seres vivos superiores están formados por millones de células y en sus relaciones y organización está la gracia. Se supone que todo está previsto en el material genético, pero aun así cada unidad debe coordinarse con el resto y sólo pensar en la complejidad de ese proceso, que es el propio de la constitución, por ejemplo, de un mamífero, sencillamente marea.

Ayer se hundió la Bolsa de Nueva York sobre la montaña rusa europea. Parece buena idea, como refugio, invertir en firmas de biotecnología a la vista de lo anunciado por Venter. Sólo le veo una pega: el artículo sobre la nueva célula ha sido publicado por «Science», patria y patrón del más rudo oficialismo, así que merecedora de todas las sospechas.