Antonio Maura y Alfonso XIII, compañeros de zozobra en momentos complicados de la historia de España, protagonizaron alguna que otra anécdota digna de ser recordada. Una de ellas describe perfectamente la preocupación monárquica por la línea sucesoria.

El abuelo del Rey era muy aficionado a los coches y se jactaba con frecuencia de poner el suyo a algo más de cien kilómetros por hora, una velocidad considerable teniendo en cuenta el tiempo al que nos estamos refiriendo. Haciendo gala de un cruel sentido del humor, trasladaba siempre que podía esa pasión incontrolada por correr al presidente del Consejo de Ministros, que se mostraba especialmente inquieto por la afición del Monarca a pisar el acelerador más de lo debido.

Un día, a raíz del nacimiento de su primer hijo, don Alfonso hizo un viaje en automóvil de Santander a Madrid y, al llegar a la Villa y Corte, le contó al pobre Maura lo rápido que había hecho el trayecto. Esa vez, sin embargo, el presidente del Gobierno no pareció inmutarse, y el Rey, asombrado de la tranquilidad con que reaccionaba Maura, tampoco pudo ocultar su decepción. Le preguntó: «¿Acaso no le impresiona? Ya se ha acostumbrado, ¿verdad?». A lo que Maura replicó: «No, Majestad; lo que pasa es que ya tenemos Príncipe de Asturias».

Un príncipe heredero es un rey en capilla. Su predisposición tonifica el ánimo real en los momentos decisivos o cuando titubea el monarca, en la salud o en la enfermedad. Don Felipe y doña Letizia se han acercado a Asturias ejerciendo la titularidad mientras el titular se recupera de la intervención quirúrgica a que fue sometido el pasado día 8. La visita, como otras, estuvo rodeada de expectación.

Lo que la Casa Real quiere recordar, y seguramente se empeñará en hacerlo a partir de ahora siempre y cuando la ocasión lo permita, es que no hay por qué preocuparse por la velocidad.