Los políticos suelen hacer numerosas promesas cada vez que hay elecciones. Vamos a hacer esto, aquello y lo de más allá. Hacer y mucho hacer, sobre todo si es dar.

Una vez pasado el trance electoral, se afanan en hacer lo que sea -el caso es hacer- cada vez con más ahínco según se va acercando la siguiente cita electoral. Si no lo hacen, al menos tienen que aparentarlo; de tal manera que, cuanto más cerca están las elecciones, tanto más pretenden demostrar que no han parado de hacer cosas y que siguen haciendo. En este desasosiego son capaces de representar con todo boato y para lo mismo, primero, la presentación de un protocolo de intenciones; luego, de un plan de actuación; seguidamente, de un programa de desarrollo; después, de un anteproyecto, y así otro sinfín de documentos, hasta llegar a la primera piedra de, por ejemplo, la instalación de una farola.

El personal no es tonto y sabe que se trata de una especie de feria, oiga, ni una, ni dos ni tres, para la señora y el caballero. No cabe duda de que este proceder tiene su enganche, como la primitiva o la lotería de Navidad, que es dinero perdido, aunque con el morbo de, oye, por si toca. Así que a la gente le gustan las promesas políticas, aun sabiendo que es una rifa, de la misma manera que le gusta el mus o el bingo.

Lo que ocurre es que, amigo, en ese despilfarro de promesas a algunos se les va la mano. Entonces, por prometer, prometen lo que no se puede prometer, que es no hacer, no dar y, sobre todo, no quitar. Menos aún cuando esa promesa de pasividad se extiende hasta el infinito, que es lo que significa nunca. Casi todo el mundo aceptará que no le toque algo en la tómbola y perdonará al trilero de turno por ello, que son cosas del juego, pero nadie perdonará que le quiten algo que ya tiene en su dominio. Eso, nunca jamás.

Los mandamases de turno nada dijeron de subir impuestos, aunque insinuaron que iban a hacerlo para los ricos, lo que siempre es muy aplaudido por las masas. Subir un impuesto parece que es hacer algo y no suena lo mismo que quitar. Así que hasta ahora está pasando desapercibida la subida del IVA, que nos vendrá en julio. Con la subida de este impuesto seremos todos un dos por ciento más pobres, como mínimo, porque luego vendrá el redondeo. Así que en esto fueron cautos, pero en cambio se excedieron en la promesa de que jamás de los jamases iban a recortar sueldos de funcionarios, pensiones y otras mandas, llamadas gastos sociales. Esas promesas de no meter la mano en bolsillo ajeno siempre son vanas, como dijera el poeta que son «Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones do el ambicioso muere / y donde al más astuto salen canas».