Éramos mozos, hace medio siglo, cuando se organizó, durante algunos años, la Subida a Mallecina en aquellos bólidos que hoy no servirían ni siquiera para llevar el agua para abastecer los radiadores de los coches que compiten actualmente. No sabíamos muy bien de qué iba la cosa, porque el vehículo más familiar entonces por esta comarca era la camioneta de Mallecina, que iba tres días a la semana a Pravia y el martes a Salas. Sólo anunciaron por estos pueblos, sin editar propaganda alguna, que la carrera se iniciaría en el puente de La Tienda, a orillas del río Aranguín, y la meta estaría en Carceda de Mallecina.

Por lo que pudiera pasar buscábamos un lugar estratégico para ver los coches a buen recaudo de posibles accidentes, porque nos temíamos que en la curva de Los Pocinos alguien se iría abajo. Las pilas de tabla que tenía Suso el de La Sierra en La Puerta de Abajo nos parecían poco consistentes, y algunos elegíamos un recio roble o castaño para subirlo y contemplar desde allí el panorama mientras se respiraba el olor a gasolina.

Después la Subida a Mallecina se hizo desde el pueblo de Priero, escalando La Carbayal, y no entendíamos muy bien cómo se iban a arreglar los pilotos para salir vivos de las curvas de La Retuerta y El Barrio. Entonces nuestro punto de observación estaba por la zona de Sobrepasco. No abandonábamos el lugar hasta tiempo después de pasar Primitivo, un conductor muy veterano que dejaba con su viejo Dhopine una gran humareda tras de sí. Era un piloto ya mayor, pero los años no le hacían perder su espíritu de lucha deportiva. Y llegaba cuando podía. Pero siempre le daban un trofeo. Desapareció la Subida a Mallecina, por problemas económicos, como sucede siempre con cosas que se hacen en los pueblos, y esta comarca volvió a renacer al automovilismo con la Subida al Viso, que en una ocasión muy reciente quedó relegada en el calendario para noviembre y se disputó con tanta nieve que muchos pilotos protestaron. Quien no lo hizo fue Luis Peláez, «el Pana», el alma de esta competición, que es también piloto y que dijo algo así como «si corro yo, que corran los demás también». Dio una lección de compromiso con el deporte de las cuatro ruedas, de pundonor y de organizador responsable que llevaba mucho tiempo pidiendo ayudas y gestionando la prueba, y no iba a suspenderla por unos copos de nieve más o menos, aunque en algunos tramos había más de un palmo de espesor.

En una de las pruebas que organizó este salense fui a verlo unos días antes para que me contase alguna cosa y al llamarle me dijo que me acercase hasta su panadería una hora más tarde, porque estaba picando leña y tenía tarea para rato. Y es que Luis Peláez, a quien todos los aficionados al automovilismo le conocen como «el Pana», es, como su apodo indica, panadero de profesión y piloto de devoción. Preside la escudería de Salas -Causa para ser más concretos- y durante todo el año revuelve Roma con Santiago para reunir el presupuesto necesario para que el concejo de Salas tenga una prueba automovilística de categoría.

Quiere decir todo esto que por la noche «El Pana» arroxa el pan en su tahona, bien temprano sale a repartir por los pueblos y tras la reparadora siesta dedica unas horas a su bólido, a su escudería y a la competición anual que es el máximo acontecimiento deportivo que hay en el concejo, haciendo que las márgenes de la carretera de Salas a Mallecina con derivación por Las Gallinas hasta Ardesaldo sea un río de aficionados que no buscan los carbayos para contemplar la prueba como hacíamos antaño, sino que se sitúan en los prados desde los que se divisen las curvas más comprometidas para los pilotos.

En esta ocasión, es decir mañana, el itinerario no puede ser más sugestivo. Arranca de las mismas puertas de la villa de Salas, pasa por Villamar, Camuño -que en los mapas desde antaño, en que alguien metió la gamba, figura como Fenigote-, Priero, El Barrio, Mallecina, La Venta, La Campa de San Juan, Las Gallinas, Ardesaldo, El Viso y Salas. Para muchos vecinos que no entendemos mucho de esto y que aún no hemos perdido el respeto a los bólidos, el lugar ideal para ver la carrera es la carbayera de San Pedro, con la comodidad de tener cerca Casa Bayón para refrigerar, y si bien no nos subimos ya a los robles, sí elegimos los de un tronco mayor para ponernos detrás y convencernos de que ahí no nos puede pasar nada. Son sólo segundos los que tenemos para ver el coche que pasa y, personalmente, nunca he podido identificar al piloto, pese a que en alguna ocasión incluso era de mi misma familia, porque el estruendo de los motores me hace sentir un desasosiego por la espina dorsal y me escondo aún más. Por si acaso.

A Luis, «el Pana», buen panadero, gran persona, a quien se quiere mucho por esta comarca, excelente piloto, según me cuentan los entendidos, se le debe que todos estos pueblos de la montaña salense puedan vivir un acontecimiento deportivo de los más destacados del calendario regional. Y hay que señalar que se trata de unos pueblos donde casi nunca sucede nada y sólo la fiesta patronal, si la hay, y la carrera de mañana hacen que el vecindario salga de casa para presenciar algo que se salga de la habitual quietud rural. Me dicen que la carrera del panadero, como así se la suele llamar o, en todo caso, la Subida al Viso, cuesta un dineral. Pero aquí y ahora lo importante es que Luis Peláez se las arregla para que todo cuadre.

Y contando todo esto, aún recuerdo cuando estrené mi primer utilitario viajando en día de mercado a Salas y no fui capaz a dar correctamente la curva de La Llave de Priero, por lo que desayuné media cosecha de hierba de un prado de Gervasio. Pero era que no tuve la suerte de tener a Luis de profesor.