En 1923, en «Literatura y revolución» Trostki escribió que «la clase revolucionaria no puede interrumpir su lucha porque el partido no haya decidido aún si debe aceptar la hipótesis de los electrones y los iones, la teoría psicoanalítica de Freud, la genética o los nuevos descubrimientos matemáticos de la relatividad». En sólo un párrafo se comprende por qué Trostki perdió el pulso frente Stalin, y es que lo que cuenta es el partido -o, más aún, los aparatchik-, de manera que entonces y ahora los revolucionarios, sean comunistas, liberales o mediopensionistas, están condenados al fracaso.

Dicho de otra forma: ZP lleva las de ganar.

La crisis está acelerando el proceso europeo de conversión del Viejo Continente en la Gran Alemania. Es el cuarto intento en más de mil años, y sospecho que esta vez lo van a conseguir de forma definitiva.

Así las cosas, ZP deja de tener cualquier responsabilidad. En España manda Merkel, el ajuste de caballo es cosa de la alemana, y si gobernase Rajoy sería todo exactamente igual, de manera que no hay razón para un relevo en el Gobierno. Rajoy no va a ganar las próximas elecciones generales. Si a ese esquema se añade una nueva paz-trampa con la ETA, una redoblada persecución religiosa -no van a parar hasta meter a tres obispos en la cárcel- y la unión con Portugal a cambio de la secesión de la Corona de Aragón, la continuidad zapateril está asegurada.

La verdad es que el recorte se podría hacer de forma muy distinta. Por ejemplo, la ayuda que damos a las dictaduras de medio mundo es superior a la bajada de los salarios de los funcionarios. Y de cortar el derroche autonómico se podrían pagar buenas pensiones, ayudar a los dependientes y animar la llegada del nasciturus. Pero, ay, nadie va a entonar un «¡Alemania es culpable!».

De oca en oca, de Trostki salto a Gustavo Bueno y su libro «España frente a Europa». Algún día habrá que hacerle un monumento.