Atenazados los pobres por la necesidad urgente, Zapatero quiere acojonar a los ricos. Ahora bien, hay que tener cuidado hasta dónde se quiere llegar con el farol de la subida de los impuestos a los que más tienen, porque a los ricos no se les acojona fácilmente y lo que, finalmente, acaban haciendo es irse con la música o el yate a otra parte. Al rico de verdad no se le pilla: la mayor parte de las grandes fortunas se amasan defraudando al fisco.

En España, un país donde se gasta más de lo que se ingresa, el problema viene de que la maquina recaudadora siempre se ceba con los mismos de siempre, los paganini de las nóminas y de los pequeños negocios. Mientras tanto, se suceden los gobiernos y ninguno es capaz de atajar el enorme fraude fiscal.

Los socialistas y, también, los populares han querido contribuir al famoso Estado del bienestar pillando únicamente lo que pueden para gastar lo que no deben. Es imposible pagarlo todo, mantener el Estado asistencial con el esfuerzo de unos pocos y, mucho menos, el despilfarro de las administraciones públicas, las disparatadas campañas electorales de los partidos y la política caprichosa de ayudas al Tercer Mundo cuando España se encuentra al borde del precipicio.

Lo que hay que hacer, en vista de que una recaudación fiscal justa resulta hasta utópica y de que los impuestos a los ricos, como ha dicho Zapatero, serán temporales, es reducir el gasto público de manera verdaderamente estricta. Para ello es necesario aplicar la honradez política y el sentido común. Con prescindir de lo prescindible, en un país como España, donde el derroche se produce en las circunstancias más ociosas y por motivos inconfesables, no haría falta recortar el verdadero gasto social. Menos administración, menos cargos, menos asesores de los cargos y menos asesores de los asesores en las decenas y decenas de chiringuitos y verán cómo de la suma de uno y otro salen cifras de ahorro nada despreciables. Si, además, se consigue que paguen más los que más tienen, estaríamos en el buen camino.