Acaba de aparecer el inédito del esquema de la novela que Borges quiso escribir, «Los Rivero». Es curiosamente el mismo nombre de la familia protagonista de «Nosotros, los Rivero», de la ovetense Dolores Medio.

Ambos autores no se conocieron ni apenas se habrán mutuamente leído. Todo, sin embargo, ha sido pensado y soñado más de una vez, la cuestión está en saber traducirlo al lenguaje de los humanos.

¿«El Aguilucho» y «Ranita» son nombres de personajes del ambiente del Oviedo de Dolores o de «SUR», el grupo porteño próximo a Borges?

El único gran creador asturiano que conoció personalmente al bonaerense fue el poeta Víctor Botas. Emilio Alarcos, nuestro académico, debió, sin duda, también haberlo saludado, en Alcalá, durante aquella famosa mañana del premio «Cervantes», cuando la anécdota, cierta o apócrifa, de la cruel pregunta a Gerardo Diego, con el que compartía galardón: «¿vos sos Gerardo o sos Diego?».

Víctor y Paulina, su mujer, estuvieron con Borges en el madrileño hotel Palace, que al argentino le encantaba, sobre todo por su gran salón donde los colores amarillos le reconfortaban de la tiniebla.

Hay quien puede sonreír con que una, aunque sea por un simple título, categorías tan dispares. Es absurdo, por supuesto, pero más todavía que Borges haya planeado, en el secreto de la intimidad, «Los Rivero», Dolores Medio opte por semejante título, años después, y ahora aparezca el notable descubrimiento del inédito borgiano. Las escrituras nada tienen que ver, en efecto, pero los títulos y los nombres, en cuanto son pensados en los niveles de la creación, se van a un archivo, muy anterior al de Google y la era de la globalización; incluso también previo al de «La sombra del viento» de Ruiz Zafón, que, además de virtual, tenía anaqueles mágicos, intercambiables, como los actuales archivos de internet; aspecto legal éste del intercambio libre que estamos debatiendo, ahora mismo, en el Parlamento europeo: ¿Los canjes sin ánimo de lucro quebrantan los sacrosantos derechos de autor, instituidos desde la Revolución francesa?

Ya que cito «La sombra del viento», de Carlos Ruiz Zafón, su «cementerio de libros olvidados» fue creado antes por don Carlos Canella, con la categoría de Panteón, en su piso de la ovetense calle Fruela, 9, referido a los asturianos ilustres. Ese archivo ahora ha sido restablecido gracias primero al mimo del doctor Tolivar Faes, que tanto cuidó de la vida enferma de ese don Carlos, sabio inédito, enclaustrado durante años en su casa y tan poco conocido que ni siquiera sale en los archivos de la red. El legado de los Canella, padre e hijo, nos llega gracias también, en último término, a los hijos de Tolivar, Ana Cristina y Leopoldo, que generosamente lo han entregado junto a los de Clarín, su bisabuelo, su abuelo Alas Argüelles y su propio padre, a la Biblioteca Pérez de Ayala, del Fontán. Todo se había preparado en vida de doña Cristina, genuina representante de la admirable dignidad de una familia a la que tanto deben nuestra historia, nuestra literatura, nuestra Universidad, nuestra capital asturiana y nuestra democracia.