Arturo Fernández actuará este verano en Gijón, un hecho que, por una parte, le sirve al Ayuntamiento para quitarse un peso de encima y, por otra, nos conduce a alguna reflexión sobre el «plan E», ya que Zapatero acaba de visitar una exposición en Elche en la que se exhiben las obras ejecutadas por los ayuntamientos mediante dichos fondos. Suponemos que la reforma del teatro Jovellanos y sus nuevas butacas estarán adecuadamente recogidas en dicha muestra.

En cuanto a Arturo, sucede que regresa como actor a su ciudad natal después de un tiempo de ostracismo dictado por el Ayuntamiento, el cual hace dos o tres años descontrató su obra teatral para la Semana Grande porque antes la había estrenado en Oviedo (además de haber hecho bolos con Gabino de Lorenzo en algún acto electoral).

Las razones que dio la municipalidad para dicha cancelación fueron un tanto peregrinas, con lo que el pueblo llano interpretó que se ejecutaba una venganza siciliana. Puede que la raíz del asunto fuera la que decía el Ayuntamiento, pero las apariencias eran nefastas y esa impresión se había mantenido hasta el presente.

Total, que los munícipes rectifican porque tan importante es no cometer errores de gobierno como no perseverar en ellos.

Cualquier día le levantan también las penalizaciones al filósofo Gustavo Bueno y entonces se respirará mejor en esta ciudad.

Pero vengamos al coliseo Jovellanos, que fue bendecido con los fondos de Zapatero. Lo más probable es que Arturo funcione bien en taquilla y se acerquen al teatro fieles del actor gijonés que no habían pisado aún la sala remodelada. Ese público veterano asentará sus posaderas en el nuevo mobiliario y es posible que realice esta reflexión: «Coño, qué cómodas son estas butacas en comparación con las anteriores, pero gracias a lo que gastaron en ellas me han congelado la pensión». Claro, no todo van a ser alegrías en este valle de lágrimas.