Un señor contaba ayer en la radio por enésima vez el hecho científico de que compartimos el 99% de nuestro código genético con los chimpancés y un 98% con los gorilas. Existe aún quien se admira por ello, aunque cada vez menos. La admiración se debe, claro, a la tan explicada creencia secular -fundamento que no varía en la mayor parte de las religiones- de que el hombre es el amo del mundo, o la culminación de la creación. Y a pesar de tan arraigadas creencias, siempre nos ha quedado un fondo de duda. Un ejemplo de ello es la antropomorfización -menuda palabreja- de los animales a efectos literarios o artísticos en general: desde los fabulistas clásicos -con sus cigarras, hormigas, zorras, cigüeñas, liebres, tortugas o lobos- hasta los más contemporáneos creadores cinematográficos de la animación, de los que Walt Disney es ya también el gran clásico moderno. Y el público en general ha venido comprendiendo de maravilla los cuentos, con sus moralejas y las sigue dando por buenas, lo cual quiere decir que, a pesar de las creencias, no rechazamos la idea de la cercanía entre unos animales y otros sin necesidad de explicaciones científicas, aunque las fábulas y animaciones apliquen a los animales virtudes o vicios propios de la especie humana.

Últimamente, en los medios de comunicación más ligeros de Europa rica se contrapone de vez en cuando a las cigarras meridionales con las hormigas norteñas al hablar sobre la crisis del euro, y el otro día un señor del PP se descolgó resucitando a la mítica hiena bolchevique. La comparación entre cigarras y hormigas no provoca la risa de nadie, pero la resurrección de la hiena ha sido objeto de chistes y chascarrillos.

Tendemos a la memoria desmemoriada, a la mezcla de ilusiones con realidades, a la confusión de la consecución de anhelos y deseos con las probabilidades reales de que se sustancien y nos admiramos de ver una foca que se pasea por las playas de nuestro pueblo, acostumbrados como estamos a verlas en los documentales de la tele o en los reservorios de nuestros zoos y acuarios. A esto nos lleva el que se haya terminado la Liga futbolera: a que la visita de focas o delfines pasen a destacado plano de la actualidad.

Tenemos mascotas en casa; comemos del ganado, de las pesca y de la caza; nos reunimos en asociaciones protectoras de animales; vamos a ver variados bichos al circo; polemizamos sobre la fiesta de los toros; nos encanta ver documentales, generalmente para admirarnos, sobre las más diversas especies y nos estremecemos pensando que haya vida en otros planetas, conformando a nuestra imaginación no ya con la existencia de la llamada «vida inteligente», sino con el descubrimiento de un minúsculo ser unicelular. Todo ello indica que lo animal es muy nuestro y que seguimos preocupados por lo animal, es decir, por lo nuestro. Por lo menos no estamos tranquilos, porque, como entre otros señaló el cardenal Newman, «estar tranquilo es estar en peligro».