La actualidad se presenta tan inflada de hechos impactantes, que me siento como una niña en una juguetería, a quien apeteciera todo lo que ve, pero sólo le estuviera permitido elegir un juguete. No sé qué hacer, ante tanto anzuelo y reclamo, tentada a escribir acerca de un juez que no tiene antecedentes de carca, sino de lo contrario, y condena a un colega con el que no se llevaba mal en modo alguno por prevaricador, al pretender emprender la primera investigación de los crímenes de la dictadura franquista, no siendo menos atractivo el hecho de que haya falangistas que se opusieran a ello, cuando tantos de sus jefes y camaradas fueron encarcelados por manifestar públicamente que el dictador era un felón que los había traicionado. Claro es que hubo entre sus filas muchos tragadores que se acomodaron muy serviles al régimen del general pequeño en centímetros y superlativo en medallas y laureles, y de los que sin duda son hijos bastardos los enemigos de Garzón, al que le enseñaron los dientes, dejando quietos, de mala gana y por respeto al guión, los puños y las pistolas.

También se presenta muy seductor, como tema de conversación y argumento de un relato, la agresividad que está adueñándose de personas llenas de dulzura y mansedumbre, quienes de pronto se desquician, como un fulano, al que un empleado de una empresa de transportes llamaba con insistencia repetidas veces a su puerta, y él, sin abrirle, le vociferó que no espera la recepción de ningún paquete porque no había realizado pedido alguno, y no aceptaría otra cosa que no fuera el regalo de una caja de lingotes de oro o de tacos de billetes de los grandes de quinientos euros. En otra reciente ocasión, la cosa pasó de las palabras y uno de esos desequilibrados, se dice que por la crisis, atendió la llamada del mensajero y lo recibió armado de un potente cuchillo, dispuesto a rebanarle el cuello, quizá porque en ese instante tenía unas ganas irreprimibles de cortar un entrecot muy poco hecho y al no poder adquirirlo por falta de dinero o por la imposiblidad de comerlo por causa de la endodoncia, eligió la solución tranquilizante y consoladora de acuchillar algo sangrante.

O su actuación podría deberse a este sistema que enloquece y a todos los intentos de remendar el capitalismo, sin que acabe de entrar en las seseras que llegó la hora de repartir lo que hay en los graneros y no de que unos pocos sigan acumulando en sus abazones de hámster monstruoso hasta la mínima rascadura de los bolsillos y la última gota sangre de las venas de la mayoría. Ahora es la imaginación colectiva la que debe ocupar el poder por fin y no usar el eterno remedio de quitarles a los más que son los que menos tienen, para que los menos sigan teniendo muchísimo más de los que antes poseían.

Pero, como esto es un picoteo, acabaré con algo muy calórico, incandescente y humeante como es la corrupción de la casta política, aseverando que, si bien hay poca gente que no tenga en ese sentido su talón de Aquiles y su punto de fractura, no obstante no todo el mundo de ese ámbito es tan venal como para dejarse comprar por unos trajes o un puñado de mandrágoras o lentejas, a no ser que los bolsillos de la chaqueta y de los pantalones de esos atuendos estuvieran llenos de algo muy valioso, o que el plato y las mismas leguminosas fueran mágicos y capaces de dar satisfacción a cualquier deseo, pues verdad es que no todos son igual de burdos a la hora de venderse. Aquí, hubo un presidente de gobierno que devolvía desde bombones, hasta vinos de Borgoña y hermosas merluzas que su mujer, excelente cocinera, despedía con lágrimas en los ojos, pensando que, con tanto trasiego, el excelente manjar se convertiría en una alpargata seca y cadavérica; y jamás se conmovió viendo a sus hijos correr bajo el granizo invernal para llegar por los pelos a la estación de trenes o de autobuses y entrar puntuales en la primera clase de la facultad, mientras él iba en el coche oficial que lo llevaba al mismo lugar, a la misma ciudad que a ellos.

Puede que la diferencia entre unos y otros se deba a sentido común y sensibilidad, a dignidad, a decencia y a tenerse respeto y estima, eso que el Arcipreste llamaba buen amor y del que San Pablo habla en el capítulo XIII en su primera carta a los corintios que tan de moda está leer en las bodas, en sustitución de la epístola propia de la misa de casamiento tradicional, donde ese mismo apóstol, dirigiéndose a los efesios, empieza indicándoles que las mujeres estén sujetas a los hombres. Hay muchísimos hombres de Éfeso y fans de ese santo, aunque no lo sepan.