Tengo entendido que para reemplazar a Narcenatur, defenestrada por uno de esos recortes con los que nuestro querido Gobierno regional demuestra su amor por Cangas, las autoridades municipales se han estrujado el cerebro y han decidido hacer un mercado medieval, novedosa idea que será, sin duda, un éxito (¡buenos somos nosotros tocándonos a juerga!). Sin embargo, la campaña divulgativa me está pareciendo insuficiente para que la gente pueda captar la esencia de una iniciativa pionera como ésta. Al fin y al cabo, la Edad Media acabó hace bastantes años y dudo que quede algún cangués que la recuerde con claridad. Así que, para evitar anacronismos en los disfraces, daré algunas pistas.

En el Medievo, la sociedad estaba dividida en clases. El escalón más bajo lo ocupaban los currantes, entonces llamados siervos. Dado que aún no se habían inventado los derechos laborales ni los sindicatos, sus vidas eran penosas, con jornadas de diez o doce horas, seis días a la semana, en condiciones insalubres, mientras los amos se quedaban con todo su sudor. Hoy en día, pocos españoles aceptarían algo así y las empresas que necesitan siervos han de importarlos de otros países. De hecho, los que rechazan a los inmigrantes porque quitan puestos de trabajo a los españoles se refieren, evidentemente, a «otros» españoles, porque ellos, personalmente, no aceptarían trabajar en esas condiciones ni locos. Claro que, puestos a elegir entre eso y pasar hambre, la cosa cambia. Por ello, viendo cómo van la economía, los derechos laborales y los sindicatos, tal vez volvamos a ver siervos nacionales en un futuro no muy lejano. Si quiere ir haciéndose a la idea, este disfraz es sencillo. Sólo necesita ropas viejas, de material basto y llenas de remiendos. Este traje, por supuesto, no lleva bolsillos. No le hacen ninguna falta.

La clase media estaba formada por mercaderes, artesanos y profesionales, que disponían de un poco de dinero. Para conservarlo, sin embargo, habían de estar permanentemente en guardia frente al afán depredador de las clases dirigentes, que intentaban arrebatárselo mediante diezmos abusivos, tasas sobre cosas inverosímiles o, si esto no era suficiente, robándoselo directamente. Para este disfraz, necesitará ropas no demasiado burdas, para que no le confundan con la plebe, ni demasiado elegantes, para no atraer la atención de los recaudadores. Deberá tener un buen número de bolsillos secretos para que, si le desvalijan uno, no le dejen pelado. Si es miembro de la clase media actual, conserve puesto este traje hasta que escampe.

En la cúspide de la sociedad estaban los señores feudales. Normalmente eran ignorantes, zafios y con un sentido de la moral más que dudoso. Muy conscientes de sus privilegios, despreciaban al pueblo llano, al que no tenían reparos en esquilmar para satisfacer sus caprichos. Creaban y cobraban los impuestos, pero se negaban a pagarlos. Creaban y aplicaban las leyes, pero se consideraban exentos de cumplirlas. Por una de esas casualidades de la vida, en muchos lugares la clase política actual gobierna desde los mismos palacios de aquellos nobles y parecen habérseles pegado bastantes de sus vicios. Es éste un disfraz de grupo porque, además de las ropas ostentosas, la caradura y la deshonestidad precisan de un séquito de aduladores alrededor. ¡Que se diviertan!