En las crisis quien vale mejora. Por eso Manuel Menéndez, presidente de Cajastur -y de HC- se acaba de situar en la élite financiera española y con una edad veinte años inferior que la de sus compañeros de club tan exclusivo; así que no es fácil imaginar hasta dónde puede llegar, porque su capacidad está contrastada y la crisis va para muy largo.

¿Cuál es la clave de tal ascensión, vertiginosa como pocas? Obviamente, la valía personal. No sobra recordar que es catedrático de la excelente Universidad de Oviedo. ¿Y qué más? Un ejercicio profesional despolitizado.

Un poco de historia. Menéndez, entonces consejero de la Caja, fue crítico con la línea que tenía la entidad financiera, patrimonializada por ciertos políticos cantonalistas. Llegó, de todos modos, a la presidencia de la entidad y cuando Areces, a su vez, se aupó a la poltrona del Principado, lo echó según una maniobra crudamente caciquil y sectaria. Pero, ay, un rápido pacto entre PSOE y PP -entre Villa y Cascos, para entendernos, como ayer me indicaba un amigo atento- repuso a Menéndez y acabó con la carrera de Areces, liquidación que no se consumó sencillamente porque el PP asturiano era como ahora: pura pasividad y conformismo derrotista.

Libre de las ataduras gubernamentales y con independencia de los partidos ya que el equilibrio de poderes -el pacto entre PSOE y PP- era garantía de libertad, Menéndez gestionó Cajastur con enorme acierto y ahí están los resultados: a pesar de su escaso volumen, se ha convertido en la entidad salvadora de gigantes en ruina.

Cuenta también en este proceso la identidad asturiana, lejos de nacionalismos y tinglados cerrados; de manera que, transitiva, permite liderar firmas de autonomías tan diversas como Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, Extremadura o Cantabria.

La receta: despolitización, profesionalidad, capacidad, anticazurrería nacionalista y, aunque el manual dicte lo contrario, discreción extrema.