La congelación de las posibilidades de que las corporaciones locales accedan a los créditos públicos o privados que el Gobierno ha decretado esta misma semana y su entrada en vigor inmediata ha hecho saltar todas las alarmas en los ayuntamientos españoles y en aquellos empresarios a quienes adeudan obras o servicios. No podía ser para menos. Si primero se dicta una norma en la que se obliga a estas entidades a satisfacer sus deudas por estos conceptos en un plazo determinado, no pueden después elaborar una nueva por la que se impida que puedan cumplir la primera e incluso provoque la imposibilidad del abono de los salarios a sus funcionarios, todo en aras de la reducción del déficit público. No es serio. Como lo es menos la subsiguiente rectificación para posponer su entrada en vigor siete meses y no tener el coraje de reconocer la coladura y cargar con las culpas al mensajero que en este caso no es LA NUEVA ESPAÑA, ni tampoco cualquier medio, sino el órgano estatal de comunicación del Gobierno y los poderes públicos, es decir el BOE. Este Decreto se ha calificado desde algún ayuntamiento como la obra de un demente y no es para menos. Porque hay que estar loco para arbitrar medidas como esta que situarían a la mayoría de los entes municipales en la suspensión de pagos, si no en la quiebra. Ahora sabiendo que la norma entrará en vigor en enero del próximo año, ¿qué es lo que harán?, ¿aprovecharán y se endeudarán más todavía? ¿Y qué harán los empresarios? ¿Se embarcarán en la realización de obras o la prestación de servicios para los municipios con la duda cierta de si llegarán a cobrarlos? Esta medida supone la definitiva paralización del país desde sus células organizativas más elementales.

Que esta medida y las otras que van a tomarse sean criticadas por el partido mayoritario de la oposición no supone, como dice el Presidente Zapatero, falta de patriotismo. Por patriotismo no se apoyan incondicionalmente unas medidas económicas tardías e insensatas, sino que se sacrifica lo que haya que sacrificar en pro de que este país se recomponga, si queda algo por recomponer. Ser patriota no significa dar un cheque en blanco a los que mandan para que hagan lo que se les antoja sin previsión ni criterio. El amor desinteresado por la patria supone desprendimiento y sacrificio, no el apoyo silencioso y cómplice a las arbitrariedades de quienes ostentan el poder. En estos tiempos en los que el país pierde fuerza económica, credibilidad internacional, posibilidades de crecimiento y lo único que gana es desconfianza y desempleo, no es bueno andar con experimentos que siembran el pánico y luego, vistos los resultados, dar marcha atrás como se hace habitualmente y atribuir esa rectificación a un error. Son demasiados ya los errores.

Y llegarán más porque gobiernan a golpe de ocurrencias y si éstas no son buenas menos aún lo son sus rectificaciones, de forma que el problema de este país no es el paro, el déficit o la crisis, que también lo son, nuestro problema es un presidente que ha perdido los papeles y un gobierno que nunca los tuvo. Si se soluciona este problema los demás se arreglarán por añadidura. Pero hay que hacerlo ya. Este individuo no debe de seguir poniendo a este país del revés, en un caos tal que ya no lo conoce ni la madre que lo parió.