Parece que juegan al amagar y no dar y a ejercer un curioso papel arbitral: «Hacemos lo que nos conviene o se rompe la baraja», se desinfla el balón, se descuerda la raqueta, lo que ustedes quieran. Hablo de los descafeinados y polvorientos sindicatos que, excedente de las luchas de clase, se encuentran con que faltan pretextos válidos. Aquellos correosos cenetistas que arriesgaban la vida y la libertad por redimir a los hermanos proletarios dejaron de existir. Sobrevivió la UGT con escasas hazañas, casi suplantada por CC OO, nacida en las revoltosas sacristías del franquismo terminal.

Menos mal que no aluden, ni de pasada, al heroico y batallador lema de la huelga revolucionaria y las barricadas quedan arrambladas en el himno de la Confederación. Son retén del Gobierno para crear grandes embotellamientos urbanos, con despliegue nazi de banderas verticales. La verdad desapasionada es que los sindicatos son una reliquia que tuvo justificación pero hoy resultan cachupinadas callejeras con matasuegras incorporado. Antes derribaban gobiernos, y aunque estemos pasando por el período de las vacas flacas y la explotación se ha convertido en el conservadurismo.

Ahora la gente trabajaba lo justo -cuando hay trabajo-, tiene vacaciones, jubilación y utiliza una protección sanitaria inimaginable. Los hospitales no son moritorios forzosos y hasta el Rey recurre a la Seguridad Social. El malvado usurero es el banco o la caja que retira el alhiguí de la segunda residencia, o la primera, y colecciona pisos desahuciados, para los que empleen los ahorrillos en adquirir la vivienda que no pudo pagarse.

El veterano ugetista me recuerda el episodio del enano de la Venta. En un cruce de caminos polvoriento, aquella venta, que quizás visitó don Quijote, era lugar de refresco y pendencias. Los mozos de mulas se enzarzaban a grito herido hasta que se abría un ventanuco en el piso superior por donde asomaba la espantable cara, sobre un ancho cuello, de un hombre barbudo y colérico, que imponiendo su vozarrón, gritaba: «¡¡¡Si no calláis, me veré obligado a bajar!!!». Un jactancioso repuso: «Pues baja o subo yo». Salvó las escaleras y encontró a un pacífico y asustado enano barbudo, contratado para pacificar aquella barahunda. Como sólo tenía medio guantazo, se lo dio.

Se me ocurre un refinamiento contemporáneo: ¿Y si las nutridas huestes de «liberados», fijadas en 20.000 o 30.000 individuos, deciden hacer huelga cuando los Méndez y Toxos los convocan?

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