Es tan frecuente que no llega a sorprender a nadie, es más, hasta pasa desapercibida. Me estoy refiriendo a la significativa escasez de argumentos que se aprecia en todos los escenarios donde existe la más mínima discrepancia que trata de solventarse con una discusión más o menos civilizada. Es tan evidente que faltan elementos o criterios para defender una postura que ni siquiera llegan a ponerse en evidencia, pues lo primero que aflora es la descalificación, cuando no el insulto, si no viene precedido o seguido de algún acto violento, que de todo hay.

De poco sirve reconocerlo o lamentarse si no se ponen los medios para evitarlo. Ya no estamos ante situaciones más o menos anecdóticas, sino ante un fenómeno que ha creado escuela, integrándose en nuestra cultura y formando parte de ella como algo habitual, casi normal. En cualquier medio de comunicación, en cualquier entorno público o privado, cuando surge la controversia en torno a una acción reprochable, el primer razonamiento, y a veces el único, con el que se defiende una determinada postura es «y tú más?» (tú u otros lo hacen peor), como si la maldad ajena disminuyese la propia, como si el error del otro convirtiese el mío en un acierto. Invito a los lectores a que pongan a prueba su sentido de la observación en la primera oportunidad que tengan, ante un debate radiofónico o televisivo de cualquier naturaleza, por poner un ejemplo.

De la inquietud que produce esta constatación es fácil pasar a la preocupación, pero ésta sirve de poco porque no solucionamos la cuestión fundamental: sustituir la descalificación por el argumento. Si no tenemos información difícilmente podremos formular una opinión consistente; si carecemos de un criterio fundamentado, lo mejor que podemos hacer es callarnos o eludir el debate.

Este propósito, preñado de las mejores intenciones, no debe quedar en su enunciado, con el que será fácil sumar voluntades; debería ir más allá, empezando ahora y por uno mismo, sin olvidarnos de la educación, ¡por supuesto!, desde la más tierna infancia. Siendo esclavos de nuestras palabras, con todo lo que eso comporta, siempre seremos dueños de nuestros silencios y ante este tipo de situaciones vamos a salir ganando si lo tenemos en cuenta; seguro.

Hay otro aspecto de estos comentarios que no es superficial, ni mucho menos; me refiero al respeto humano, que desaparece cuando la ausencia de razones se convierte en una agresión a los demás e incluso a la inteligencia de propios y extraños. Y así nos va.