Emilio Noval, que es hombre de gran tenacidad y capaz de entrar por una pared, ha sido absuelto en sede penal de la acusación de revelar secretos del PP de Gijón, es decir, de contar al público cosas feas que se dijeron en una junta local del partido, algo así como que si a Gijón le iba bien con el Ayuntamiento de Felgueroso, al PP le iría mal. Y al contrario: que si a la ciudad se le torcían las cosas con esta municipalidad, el PP tendría expectativas electorales. La cosa es de una lógica maquiavélica, realista, pero ya decimos que suena feo cuando se cuenta a los cuatro vientos.

Al enérgico Noval le escuchamos una vez una afirmación que nos impresionó mucho: pelearía hasta el final contra la dirección local del PP, no sólo por amor propio, sino por el honor propio ante sus hijos.

Los moralistas franceses deploraban el amor propio, y sólo Voltaire le otorgó algo de clemencia al afirmar que era «instrumento de la propia conservación, semejante al instrumento de la perpetuidad de la especie; y, al igual que éste, nos es necesario, nos es querido, nos causa placer, y por esto lo ocultamos».

Armado por el amor propio y la sentencia a su favor (que el partido recurrirá), Noval ha insistido en que en el PP «anteponen sus intereses personales a los de Gijón», por lo que ha pedido que la dirección nacional de los populares «limpie» Gijón. Al mismo tiempo, ha reclamado el retorno de Francisco Álvarez-Cascos a la política.

Pero la unión de los términos «limpiar» y «Cascos» es lo que causa temblores en Génova cuando miran de reojo hacia Asturias. No obstante, sería injusto considerar a esta tierra trasmontana con unas necesidad de limpieza semejantes a la que necesitan otros territorios del PP, por ejemplo, Valencia. A Francisco Camps, a quien el llamado «Bigotes» le doraba externamente el amor propio -o le vestía-, cada vez le huelen más las posaderas a pólvora y Rajoy parece estar resistiéndose a proclamarle candidato para 2011. Más tarde vendrá la cuestión de si envían otro amor propio a Asturias o dejan el que hay.