La riada está poniendo a prueba la paciencia de los asturianos. Nueve días consecutivos de lluvias han dejado en evidencia la chapuza y el escasísimo rigor con que se ejecutan muchas obras públicas en Asturias al borde de los ríos. Ya no es que puentes, pasos subterráneos, escolleras o canalizaciones se hayan revelado como deficientes por la escasa ambición y la nula calidad con que fueron realizados en su momento, sino que algunos se convirtieron en un factor determinante que multiplicó el efecto devastador de la impetuosa tempestad.

La localidad naviega de El Bao se erigió a comienzos de semana en el símbolo más evidente de la imprevisión. Un inadecuado paso para conducir el río bajo la carretera hizo de presa, incomunicó Asturias con Galicia y no causó un desgracia mayor por puro milagro. Suena a escarnio que la Administración reconozca que esa obra nunca debió ejecutarse y que hoy sería ilegal. ¿No hubo tiempo suficiente para rectificarla antes de todo esto?

Ahora, tras el día más terrible de este diluvio regional, hay que insistir en lo mismo. Los problemas de El Bao se reprodujeron en términos similares por otros lugares. En Arriondas, un hospital levantado al pie del entronque de dos ríos, el Sella y el Piloña, fue propicio para la avenida, con esas dolorosas imágenes de ancianos evacuados en lancha impropias de un país previsor y desarrollado. En Ribera de Arriba, las obras del nuevo puente entre Palomar y Quintaniella estrecharon el cauce del río Nalón, cuyo caudal no encontraba por esa causa una salida suficiente. Ese paso estrangulado remansó agua y convirtió Bueño, a nueve kilómetros de Oviedo, en otra Venecia. Las inundaciones que de vez en cuando llegaban a la localidad hace más de treinta años antes de la actual encauzamiento del río jamás alcanzaron los niveles de ayer. Se vivieron, como en Arriondas, situaciones dramáticas con personas mayores que tuvieron que ser rescatadas de sus hogares por los bomberos o por sus vecinos porque el agua les impedía salir por su propio pie. Como si ya no bastara, la necesidad de aliviar los embalses de aprovechamiento hidráulico y energético de las cabeceras de las cuencas para evitar su colapso amplificó la riada.

Vecinos de la comarca del Nalón, con el río a la puerta, se quejaban del estado de abandono en que están sumidos nuestros cauces y regueros. Es cierto que la tormenta fue excepcional, lo nunca visto, pero hemos pagado con creces tanta desidia: muchos troncos y material de desecho arrojados a las orillas -desde lavadoras a coches, por increíble que parezca- acabaron arrastrados y convertidos en vil trampa que taponó las vías de desagüe.

La lluvia no sólo anegó campos y ciudades, también hizo aflorar mucha ineficacia y mucha incompetencia. Como en todas las situaciones extremas, las implacables leyes de la Naturaleza han desnudado las incapacidades del hombre. Si lo primero fue una pesadilla, lo segundo es una intolerable desgracia.