Para los escolares, como siempre, ha llegado el momento de la vacaciones. Por fin se olvidan los madrugones, la pesadez de los «profes» que cada día se inventan tareas más complicadas y que se empeñan, año tras año, en que hay que mejorar. A partir de ahora los amigos, la playa, las fiestas, son a tiempo completo.

Sin embargo a los mayores este año las vacaciones se nos sirven en una bandeja un tanto extraña, cargada de inseguridades y acompañada por catástrofes cercanas que aún no nos han permitido sentir que ha llegado ese verano que a todos nos anima un poco. Porque lo han precedido las lluvias torrenciales que, si no a nosotros, han inundado lugares conocidos y dejado a familias amigas en situaciones de desamparo. Eso ha hecho que a este sol que nos calienta ahora le esté costando mucho hacernos sonreír.

Además un cierto temor me da la mano estos días, en realidad me da muchas manos, las de todos aquellos que no saben cómo vendrá este septiembre, ¿traerá consigo todavía un puesto de trabajo o vendrá con una cuesta más pronunciada y más dificultosa que la de enero? Una cuesta arriba, claro está, pero que en realidad nos produce la sensación de que no salimos de ningún bache, sino más bien que caminamos cercanos a un abismo en el que cada vez nos hundimos más.

Creo que comparto con muchos la sensación de no saber hacia dónde vamos. Todos estamos dispuestos a hacer pequeños sacrificios personales, pero nos sentiríamos más tranquilos si tuviésemos la seguridad de que quienes nos los piden saben realmente lo que hacen. Es descorazonador sentir que se están dando palos de ciego y que en ese «juego» muchas familias van perdiendo la estabilidad y la esperanza.

No sé cuál puede ser la solución, me gustaría pensar que otros sí lo saben y la están poniendo en práctica. Me gustaría sentir, como todos estos niños y niñas que se quedan ahora de vacaciones, que el tiempo de verano es infinito, que los amigos, la playa, el parque, la calle, no se acaban nunca. Que el mayor de todos los problemas es que llegue septiembre y tengamos que volver al colegio, a madrugar, a acostarnos pronto y a desear que vuelvan las vacaciones.

Y aunque sé que los deseos no siempre se cumplen, por si acaso hay suerte, hoy el mío lo haré en voz alta, porque este es mi deseo de feliz verano: que llegue septiembre y tengáis que madrugar de nuevo, poder quejaros del jefe y desear que llegue el descanso, porque eso querrá decir que la rutina no se habrá convertido en desesperanza. Realmente somos modestos hasta para pedir.