He leído ahora, porque estuve fuera una temporada, los interesantes artículos publicados en LA NUEVA ESPAÑA los días 26 y 27 de mayo por Jorge Bogaerts. Sin otro propósito que apostillarlos, Juan Antonio Suanzes, el hombre que más hizo por la industrialización de Asturias, en los artículos citados hizo mutis por el foro cuando los ministros tecnócratas abren los mercados y también, supuestamente, el siderúrgico, desde el debate, en aquel tiempo, autarquía versus liberalización.

Al respecto hay que decir que entonces no había elección y que Suanzes supo inteligentemente hacer de la necesidad virtud. Inasequible a interesadas presiones evidentes, estudió muchos lugares y escogió el de Avilés. Suanzes fue un político que aplicaba sus conocimientos técnicos, geopolíticos y sociológicos a la realidad de entonces. Su concepción genial fue el INI, que después de Suanzes fue mero instrumento «políticamente correcto». Por otra parte, hay que subrayar el carácter de la economía asturiana (el 60 por ciento aproximadamente vivía o, por mejor decir, malvivía de la tierra). Hasta los mineros pedían la baja con cualquier pretexto de salud para «ir a la hierba». Con Ensidesa y las otras plantas que Suanzes impulsó, como reconoce Bogaerts, se creó lo que después con menos dimensiones se llamaron enfáticamente «polos de desarrollo». Al entrar en pleno funcionamiento esta compleja y completa red industrial en Asturias la población del sector primario bajó hasta poco más del 25 por ciento.

Antes de que entrara en producción Ensidesa las tres siderúrgicas -Duro Felguera, Fabrimieres y Moreda Gijón- estaban anticuadas, pero obtenían beneficios vendiendo de estraperlo productos de demanda. Un vagón de redondo fue la prima que hubo que pagar por la ficha de un jugador que necesitaba el Círculo Popular de La Felguera poco antes de 1950. Naturalmente, esto se hizo bajo cuerda.

En 1960 se celebraron en Oviedo unas jornadas siderúrgicas, y en una conferencia que pronunció Suanzes recomendó sobre la factoría: «No la toquéis». Al dar este consejo Suanzes era consciente de lo que se le venía encima a Ensidesa. Un superdotado intelectualmente y un empresario ejemplar como él tenía que disponer de un servicio de información minucioso. Y ya se sabe que el que tiene la información sabe decidir.

Sea como fuere, la irrupción de los tecnócratas en 1957 fue lo contrario de la liberalización de Ensidesa, es decir, iniciaron un proceso político para dejarla, sin prisa pero sin pausa, en su situación de autarquía. Al «lobby» vasco no le interesaba una Ensidesa en su dinámica expansiva, y el nuevo ministro de Industria, López Bravo, se encargó de congelarla o de convertirla de hecho -e incluso jurídicamente, mediante el decreto de 8 de mayo de 1981- en rehén o, si se prefiere, en subordinada a los intereses de Altos Hornos de Vizcaya (AHV), parásito que vivió y prosperó a costa de Ensidesa.

La instalación en 1966 de Uninsa, unión de las tres siderúrgicas tradicionales, o fue un «convoluto» de Krupp para dar salida a una instalación que no se vendía por la recesión siderúrgica a causa de la oferta de los países emergentes o fue una alianza manejada desde el poder central y la larga mano vasca para competir con Ensidesa, pero resultó un fracaso. En una empresa privada las pérdidas las asumen los socios. En este caso se endosó Uninsa a Ensidesa, pero los endeudados inversores percibieron sustanciosas compensaciones en metálico a costa del contribuyente. Curiosamente, en una rueda de prensa en la inauguración de Uninsa le pregunté al representante de Krupp si no hubiera sido mejor modernizar las viejas instalaciones tradicionales. Y me contestó: «Claro, es lo que se ha hecho en Alemania». Es obvio que de otro modo la instalación de Krupp se hubiera situado en ese país.

La situación de AHV era peor que la de Uninsa, sus instalaciones obsoletas estaban arruinando a la empresa y, para salvarla, se planteó un «holding» entre Ensidesa y AHV: la Corporación de Siderurgia Integral (CSI), el parásito de la asturiana, después de sanear a AHV (200.000 millones de pesetas) con dinero del contribuyente y no de la Hacienda autonómica de Euskadi. La caracterizada AHV vasca había invertido un dineral en Altos Hornos del Mediterráneo (AHM), con sustancial aportación financiera estatal, incluso, paradójicamente, con inversiones del ahorro institucional asturiano, pero también hubo que echarla en brazos del INI socializador de pérdidas a la carta.

AHV logró, empero, contra el desarrollo natural de Ensidesa (el parásito vive a costa del parasitado), instalar en AHM-SIDMED un tren de tratamiento? del acero asturiano. Las bobinas producidas en Avilés viajaban por ferrocarril a más de mil kilómetros para ser tratadas en Sagunto. A veces la insensatez en política es una virtud, sobre todo, si beneficia a los virtuosos. Pero aquí, cuando se barruntaba que nos llevaban el TBC, y que ello implicaba pérdida de productividad y, por ende, de competitividad de la producción de Ensidesa, Pedro de Silva, presidente del Principado, exclamó: «Sería un casus belli», pero la guerra siderúrgica siempre la ganó Euskadi, contra toda lógica.

Como si Asturias fuese una colonia, el Gobierno vasco, en connivencia con el de España, engañó con falsas promesas a las autoridades y a la opinión pública asturiana con la CSI y después en sucesivas mejoras hasta llegar al bloqueo de Ensidesa. Eduardo Santos, director de Industrias Siderometalúrgicas, luego subsecretario del Ministerio, firmó un decreto de 08/05/1981 cerrando parte de la producción y el mercado a Ensidesa y abriendo lo mollar en exclusiva a AHV. Un «casus belli» o, más bien, de corrupción, que, según el preámbulo, fue fruto de un acuerdo. ¿Acuerdo con quién? ¿No fue un caso clarísimo de desviación de poder y de tráfico de influencias?

Ensidesa pasa a ser Aceralia, en cuyo consejo sólo había dos asturianos, el presidente Álvarez Rendueles y Manuel Fernández, «Lito», frente a cuatro vascos y otros próximos a éstos. Después vino la absorción por Arbed, cuando si Ensidesa, luego Aceralia, se hubiese gestionado como una empresa normal y no como instrumento político podría haber comprado a la luxemburguesa, según puso de manifiesto el ex ministro asturiano Luis Martínez Noval y se reflejó en un editorial publicado el 1 de febrero de 1998 por LA NUEVA ESPAÑA. Fue imposible porque después de Suanzes Ensidesa se quedó en su primitiva condición «autárquica».