Ahora que todo quedó como estaba se me ocurre que no debí ser el único que acabó hartándose del festejo y de lo que vino luego. Aclaro, para desterrar cualquier duda, que me alegré de qué la Selección Española de Fútbol quedara campeona del mundo. Me alegré muchísimo. Y más les digo, como vivo las emociones exteriorizando mis sentimientos quizá no tanto como Pepe Reina pero más que don Vicente del Bosque, se me notaba que estaba contento. Lo malo que, ya saben, basta que uno se divierta y todo marche de maravilla para que venga alguien y lo fastidie. Contaba con ello. Lo sospechaba desde el principio, y mi sospecha se acrecentó cuando, ante el temor de que el festejo fuera sonado pero sin salirse de madre, algunos periódicos, y algunas televisiones, lanzaron esta consigna: Emborracharos y haced el burro todo lo que podáis que, tal como está el país, no vais a tener muchas ocasiones como esta.

Me temí lo peor. Pero lo peor no fue que millones de españoles siguieran la consigna al pie de la letra. Lo peor fue la lectura que algunos hicieron de la explosión de alegría y la profusión de banderas. Les faltó tiempo para manifestar que era un toque de atención al Gobierno pues, según ellos, los ciudadanos habían demostrando, con su patriotismo, que apuestan por una España unida, en la que no caben las discordias territoriales ni los nacionalismos históricos.

Interpretar de esa forma lo que estaba sucediendo, permítanme que les diga, es liar la madeja y jugar sucio. Es aprovecharse del festejo para colarnos un gol de mala manera. Viene a ser, salvando las distancias, lo que quiso hacer Holanda. Utilizar la táctica del juego sucio, las marrullerías y las protestas para alzarse con el triunfo. Lo malo que así, y contando incluso con un árbitro que proteja esas fechorías, está visto que no se gana. Deberían saberlo quienes utilizan la sana alegría de los éxitos deportivos para proclamar su patriotismo de pacotilla y decir que se tome como ejemplo la unidad de la selección española. Deberían empezar por aplicarse ellos la receta ya que, obviamente, si el seleccionador hubiera tenido en cuenta la procedencia de los jugadores y hubiera actuado en función de si tal o cual era catalán, asturiano o vasco, habría hecho un pan como unas hostias. Si algo ha mostrado este triunfo es cómo deben hacerse las cosas. Es más, empezamos perdiendo pero, lejos de caer en nuestro tradicional derrotismo, salimos adelante y quedamos campeones, que era de lo que se trataba. Así que la profusión de banderas y el apoyo unánime a la Selección Española hay que tomarlo como lo que fue y no como lo que algunos quisieron ver.

Cierto que somos muchos millones los que nos sentimos orgullosos de ser españoles pero de ahí a que, por manifestarlo, nos identifiquen con los que suspiran por la vuelta a la España de las provincias y a unas señas de identidad que incluyen el toro de Osborne y las canciones de Manolo Escobar, media un abismo. Por eso he titulado así este articulo. Para mostrar, con un ejemplo, que el titulo dice lo que quiere decir y que, el hecho de que haya una coincidencia, no debería ser utilizado, por nadie, para ponerle música de pasodoble y entonar la cancioncilla de marras.