Mi amigo el doctor Carlos López Otín, al que conocí compartiendo una sesión en recuerdo de nuestro querido Víctor Botas, escritor lleno de miedos poéticos, es una vez más noticia por el éxito y el interés social de sus investigaciones. Bioquímico como el inolvidable Severo Ochoa, es un verdadero lujo para la Universidad de la excelencia de Oviedo y aun para las instituciones políticas asturianas. Ahora leo que se ensalzan sus estudios del vértigo. ¡Qué tema tan cercano para los ciudadanos medios, no ilustrados, entre los que me encuentro! ¡Qué polémica tan ridícula y reaccionaria tuvimos aquí, en Bruselas, sobre las llamadas «células madre»!

Ahondando en mis recuerdos, puede que el vértigo me haya acompañado siempre. Asomarme en Pinos Altos para ver la playa de Salinas me producía un miedo que me fui comiendo ante los demás miembros de la pandilla, Víctor entre ellos, mucho más audaces en apariencia que yo. Años después, ese pánico al vacío brotó con fuerza irracional e irresistible cuando, a ciento y pico metros de altura, hube de intermediar, como abogado laboralista, en un gasómetro de Ensidesa, entre los trabajadores de la empresa, ya desaparecida, Montajes Temico (¡oh, Sindo, Teverga, líder sindicalista inolvidable!) y la siderúrgica, cuyo jefe de seguridad, también tristemente fallecido, se llamaba Belderraín. Subí con relativa facilidad, pero la bajada fue una angustia que todavía me dura si lo pienso un poco. Los encerrados hubieron de ayudarme y mi papel, ante los periodistas de «Sábado Gráfico» y algún otro medio, no fue precisamente muy airoso, aunque me indultaran en sus crónicas. No pude desde entonces subir en los remontes de esquí de Pajares ni siquiera pasar sin agarrarme por el nivel del patio del Banco Herrero, o atravesar algunos puentes del Eo o del Cares, que había hecho sin problema mayor hasta entonces. En Estados Unidos lo hubieran calificado de secuela contraída en el ejercicio profesional.

Entiendo, pues, bien dentro de mí que el vértigo es muy común por haberlo sufrido.

Es una reacción profunda que un genio como Alfred Hitchcock no plasmó, sin embargo, con exactitud, aunque lo intentara, en sus películas, en las que terminó buscando más el simbolismo que el sobrecogimiento personal de los protagonistas.

López Otín es un investigador que va al meollo de las cosas, con una repercusión inmediata en la vida cotidiana. Es uno de los emblemas de esa Asturias de la ciencia e investigación que está surgiendo con tanta innovación que llena de esperanza el futuro próximo. Los que admiramos al doctor López Otín estamos siempre expectantes.