Algo raro debe de andar pasando en la Comunidad Valenciana porque muchos de los que ostentan algún tipo de poder están perdiendo los papeles. Y no me estoy refiriendo a tramas políticas, trajes que ya vienen con la gorra puesta ni demás ilegalidades. Esta vez, el asunto, viene de la Iglesia.

Según leí el viernes en un periódico de tirada nacional, al Arzobispado de Valencia no le gustan las clases de sexualidad que imparte la Generalitat valenciana en los colegios. Teniendo en cuenta que el mencionado Gobierno es del Partido Popular, miedo me da pensar qué se les habrá ocurrido a los arzobispos. Y es que os aseguro que mis palabras no llevan mala intención, de todos es sabido que los populares, en materia de sexualidad, son bastante rígidos al mantener unas ideas que a mí me parecen un tanto anacrónicas. Según la mencionada fuente, el Arzobispado ha pedido al Instituto Valenciano de Fertilidad, Sexualidad y Relaciones Familiares unos materiales que transmitan una «formación integral». Mi reserva va en aumento. Parece ser que la presidenta del Instituto es Concepción Medialdea (sic) supernumeraria del Opus Dei. Hablar de reserva o miedo empieza a quedarse corto.

No creo que haga falta enumerar las razones que aducen, tanto el Arzobispado como Medialdea, para criticar la actual educación que se imparte en los colegios; no hace falta que mencione la opinión que la homosexualidad les merece ni que cite que como remedio de todos los males, proponen una abstinencia feroz alegando que ayuda a ser libre, que educa la capacidad de esfuerzo y que ayuda a amar (¿?) La verdad es que, siguiendo esa línea, no me extrañaría nada escucharla decir un día que dejásemos de comer para fortalecer el espíritu, de beber agua para vencer las malas tentaciones y hasta que no durmamos para aprovechar más el tiempo en nuestra condición de curritos sin derechos.

No hay nada que me dé más miedo que el fanatismo, pero cuando ese fanatismo es religioso, lo que siento es pavor; porque no hay más que echar mano de la Historia para darnos cuenta de que las mayores atrocidades se han cometido en nombre de alguno de los distintos dioses a los que se adoran en las diferentes religiones. Puedo entender que en la Edad Media, por citar un período de la Historia, cuando la educación era privilegio de unos pocos, el hombre del pueblo temiese a su divinidad y, más aún, a sus representantes en la Tierra. Pero estamos en el siglo XXI, se supone que la educación no sólo está al alcance de todos sino que es un derecho que poseemos; y que dentro de esa «educación» una parte importantísima consiste en enseñar al individuo a pensar por sí mismo y a razonar.

Creo que alguien debería decirle a los poderes valencianos, de una u otra índole, que estar al este de la Península, no implica tener que perder el norte.