Cuando un socialista, Borrell, llegó a ministro en 1991 anunció que acabaría con la España radial e impulsaría dos ejes transversales, la Autovía del Cantábrico y la Ruta de la Plata, ambos determinantes para nuestras comunicaciones. Ya llovió y, como si fueran carreteras de nunca acabar, siguen inconclusas. El ajuste de caballo que trae la crisis apenas ha comenzado y ya hace tambalearse a las principales obras de la región. Un golpe que puede ser mortal para que Asturias se recupere en igualdad de condiciones que el resto de comunidades y un agravio severo porque la mayoría ya debería estar lista desde hace mucho tiempo.

Acusan a los asturianos, casi desde los tiempos de Jovellanos, de estar obsesionados con sus comunicaciones, lo que les ha procurado una injusta fama de llorones. Exigir infraestructuras no es «refalfiu», esa palabra asturiana tan expresiva, ni capricho. Es la consecuencia de vivir entre montañas, con el privilegio de disfrutar de su belleza, pero también del enorme padecimiento de vencerlas. Todas las comunidades autónomas reivindican grandes obras de ferrocarriles y autopistas y todas, seguramente, serán necesarias. El gran lastre de las de Asturias con respecto al resto es que las de aquí ya llegan demasiado tarde y, por razones de orografía, resultan, para desesperación del ministro del ramo, muchísimo más caras, lo que acaba inmerecidamente penalizándolas.

Después de un tiempo de alegría económica en el que carreteras y vías férreas recibieron un impulso, después de verlas progresar tras décadas de incumplimientos, el gran error de las últimas legislaturas en Asturias ha sido dar el problema por resuelto. Grave pecado de confianza de los políticos regionales, que en vez de preocuparse por acabarlas a toda máquina, o por fiscalizar que así se hiciera, se empecinaron en rivalidades pueriles sobre quién construyó los tramos más grandes. Ahí están los resultados.

Han tenido que ser la crisis y la inmisericorde tijera del actual titular de la cartera de Fomento, el gallego José Blanco, las que de nuevo enfrenten al Principado con la cruda situación de sus ejes más importantes. Y esa realidad es que, años y años después, ni las autovías ni el AVE están acabados, ni en el Oriente, ni en el Occidente, ni en el Centro hay visos de que lo hagan pronto. Lo que nos espera es patético: la Autovía del Cantábrico estrangulada, la interior que se encoge y empantana y un tren que sigue ascendiendo, como en el año 1884, por las rampas de Pajares y sus noventa túneles decrépitos.

En época de adversidad son comprensibles, y asumibles, los recortes. No lo es la arbitrariedad con que se deciden. Qué inmoralidad que las dos únicas regiones en que las obras de Fomento no se tocan sean el País Vasco y Canarias, donde tienen su sede los dos partidos que ahora garantizan la estabilidad parlamentaria de los socialistas, el PNV y Coalición Canaria. Qué casualidad que el ajuste en Galicia, la tierra natal del Ministro, haya sido poco menos que testimonial. Qué oprobio que a los primeros murmullos disconformes Zapatero se haya plantado en Barcelona para garantizar la restitución inmediata de tres de los cinco proyectos congelados a Cataluña. El presidente de Cantabria clama, protesta ante el ministro Blanco y acaba de arrancar un compromiso mediante aportación de capital privado para reparar el destrozo inversor en su territorio. El Gobierno sumiso de Asturias se resigna, como siempre.

Los recortes suponen una afrenta a toda la región y, en particular, un doble castigo para el Occidente, el ala que más mimo precisa para frenar el despoblamiento y engancharse al desarrollo. La autovía por el interior queda mutilada -sólo llegará hasta Salas- y la del Cantábrico, que transcurre por la costa, ha sido parada -las constructoras despiden a sus trabajadores, la actividad es puramente decorativa-. Hasta el próximo Presupuesto, en enero, no hay un euro.

La supresión de una calzada entre Salas y La Espina, única obra en marcha a la que expresamente se renuncia, cercena un corredor indispensable para vertebrar la Asturias más ancha. El despilfarro es memorable. Viaductos que ya están construidos, desmontes culminados, quedarán inservibles. Un hito más que añadir al largo muestrario de los despropósitos públicos. Como ese túnel de 3,5 kilómetros para el metrotrén excavado bajo Gijón que lleva tres años dando setas. De risa si no se pagara con dinero de todos.

Lo de la autovía cantábrica, iniciada en 1988, es un escarnio. El Gobierno socialista sólo ha podido impulsar dos de los seis proyectos pendientes con los que se encontró al llegar al poder. Apenas 9 kilómetros. El resto ya estaban contratados o en obras y fueron concluyendo no sin demoras. ¿Qué infraestructura de cualquier otra región lleva, como es el caso, 22 años en construcción? Eso por no remontarse a los antecedentes. Ya sea bajo la denominación de «Red Azul» o de «Ruta Esmeralda», la Transcantábrica es un anhelo desde el plan de estabilización franquista de 1959. Medio siglo en proyecto y aún no está acabada. Así no hay comunidad que progrese y sea competitiva. El «semáforo de Europa» en Valencia fue la mofa durante décadas de las carreteras del continente. El nuevo «semáforo de Europa» está ahora en Unquera-Llanes, una ignominia. Que de Oviedo a Moscú se pueda viajar por autopista excepto durante esos malditos 21 kilómetros retrata el ridículo de los ministros de Fomento que tienen esperando esa obra.