No estoy yo muy seguro de que Álvarez-Cascos haya hecho bien en aceptar su elección como «Paisano del Año», figura que sugiere retiro, obra hecha, actitud sentenciosa y una cachava como trofeo. Ya sé que no es así, que estamos ante una persona más bien ardorosa y, por los síntomas, dispuesta a volver, aunque se manifieste como en la copla: «Na te pío, na te debo»?

Conste que yo también me cuento entre los que creen que con él podría tener su partido una oportunidad de optar a la Presidencia del Principado de Asturias. Cascos es perro viejo, en el mejor sentido de la palabra, de bien probada efectividad política, y si sus fogosidades pudieron perjudicarle años atrás, no diría yo que hoy dejaran de apuntársele como méritos en ciertos sectores del electorado.

Despejar la incógnita depende de la red de intereses creados dentro de su partido. Cascos pasó a ser rechazado sin el menor pudor por los mismos que lo ensalzaban hace quince días.

Es claro que todos ellos, incluido el propio don Francisco, en el pecado llevan la penitencia. Las veleidades de hace unos años pasan ahora factura. Ignoro los efectos que pueda tener el festejo de Valencia de Don Juan y el «Te venimos a buscar» de las pancartas. Doctores tiene el casquismo que lo sabrán resolver.

Con todo respeto, pienso que acabaría merendándose al candidato Fernández, si es que el socialista no da más de sí que las obviedades expuestas en La Camperona: reforma estructural, crecimiento sostenible, más impuestos a los ricos y a los especuladores (y especuladoras, supongo), milagro económico español (¡Virgen Santa!)? Aunque, eso sí, con un hallazgo absolutamente lírico: «La política es una rebelión contra el destino».

Así nos luce el pelo.