No debían haber tocado las pensiones. Todo lo demás se les podía perdonar, pero no las pensiones. Los funcionarios gozan de una ancestral mala fama que convierte en popular la decisión de convertirles en las primeras víctimas de cualquier plan de austeridad. Es una fama injusta las más de las veces: gentes perezosas las hay en todas partes, y encontraremos tantos maleducados con disfraz de camarero como en las ventanillas oficiales, pero nuestra cobardía se ensaña con el funcionario porque no nos atrevemos a sublevarnos contra quienes mandan de verdad. De modo que los gobernantes podrían pasar el cepillo por los sueldos funcionariales, lo que sólo les haría perder el amor de los propios afectados, mientras que el resto del país aplaudiría. Pero los pensionistas son otra cosa. Los pensionistas son indefensos por definición, y provocan nuestra más firme empatía. Sufrimos cuando ellos sufren. Cuando nos advierten de que cientos de miles se ven abocados al límite de la pobreza, nos rebelamos. Además, sus dificultades también recaen sobre nosotros: a pesar de las tristes noticias de ancianos solitarios y abandonados, lo cierto es que la mayoría vive de sumar la pensión y el apoyo de la familia, y si la una se congela, el otro debe incrementarse. Finalmente, todos somos pensionistas: de presente o de futuro. La cualidad de pensionista está inscrita en nuestro DNI, y sólo indeseables accidentes impiden desplegarla a su debido tiempo. La congelación de las pensiones de hoy empobrece nuestro mañana, el de cada uno. Y aún lo empobrece más el anuncio de que se retrasará la edad de jubilación y se endurecerá la base base del cálculo. Quien más quien menos está dispuesto a pasar un mal trago en el presente, porque todos sabemos que el momento es difícil, pero nos da mucho miedo que nos desmonten el mañana, y odiamos profundamente a quien nos hace pasar miedo -salvo en el cine-.

Las pensiones. Ahí está la clave de la gran caída en las expectativas electorales de Rodríguez Zapatero, este 6,5% de distancia que ya obtiene el Partido Popular, a pesar de que Mariano Rajoy aún no ha explicado cuál es su alternativa para gestionar el déficit de hoy y la demografía adversa de mañana. Ni la explicará, porque entonces sería él quien bajaría en las preferencias de los electores. Gobernante y aspirante suspenden estrepitosamente en valoración y confianza, pero la táctica avinagrada del PP sintoniza mejor con el elevado nivel de acidez de la mayoría de los ciudadanos.