Cada vez estoy más seguro que el rey Juan Carlos I llamó a su homólogo marroquí Mohamed VI para decirle: «seguro que te alegrará saber que estoy muy bien de salud». Por si acaso. Y es que la presencia de activistas, supuestamente independientes, de una supuesta sociedad civil marroquí, hostigando y bloqueando la frontera de Melilla, nos hace recordar un episodio infinitamente más grave sucedido hace 35 años, aprovechando la enfermedad del entonces jefe de Estado: la famosa «Marcha Verde», que en la práctica significó la anexión del Sahara Occidental por parte del reino marroquí.

Desde luego, poco tienen que ver las dos situaciones. España siempre consideró al Sahara como una colonia, al margen de su denominación oficial, mientras que tiene mucho más interiorizada la españolidad de las plazas de Ceuta y Melilla. El interés de Marruecos por la colonia era básicamente económico: sus explotaciones de fosfatos y su banco pesquero, mientras que las plazas tienen un valor simbólico parecido al de Gibraltar para los de este lado del Estrecho. En el Sahara había un movimiento anticolonial, mientras que la población ceutí y melillense tiene claras sus preferencias por seguir donde está. Y la posición internacional de Madrid es hoy mucho más fuerte que en las postrimerías del franquismo.

Dicho todo esto, vayamos a lo que podría aparentar similitud: Hassan II lanzó a sus súbditos hacia la «Marcha Verde» aprovechando el vacío de poder en Madrid, con Franco agonizando y el Gobierno totalmente desconcertado y superado. Hoy, el hostigamiento de Melilla llega también teledirigido por Rabat, ya que el detonante ha sido un medido rosario de protestas oficiales por supuestas vejaciones fronterizas, y desde luego, si la autoridad marroquí no lo quisiera, los activistas no estarían haciendo lo que les place. Y llega en un momento en que el Gobierno parece débil: estas son situaciones que Rabat siempre ha sabido leer con atención. A Zapatero se le ve desconcertado y superado, incapaz de ligar mayorías estables y desbordado por la crisis. Además, su ministro de Exteriores presenta una grave tendencia a la sublimación: el calor le torna gaseoso e invisible. En fin, el jefe del Estado pasó por el quirófano, y vaya usted a saber qué rumores han corrido por el país vecino; por ello sospecho que si el Rey llamó a Mohamed VI fue para decirle: «oye, que la operación ha salido la mar de bien, y por cierto, ¿has visto lo crecido que está mi chico?». Aclarada la ausencia de vacío alguno, ni presente ni futuro, en la jefatura del Estado, quedaría desmentir el otro, el que atañe a la jefatura del Gobierno, y esta es harina de distinto costal.

Fijémonos tan sólo en que un problema de relaciones diplomáticas pone en marcha al ministro del Interior, como si la causa estuviera a este lado de la frontera. Si un grupo de españoles bloqueara el paso de Irún ante la pasividad de la Policía española y con la bendición implícita de Madrid, ¿cuanto creen que tardaría París en presentar una queja formal, llamar al embajador a consultas y tomar represalias proporcionales?