Año y medio después de haber accedido a la presidencia de EE UU, Barack Obama encara el peor momento de su mandato, con su popularidad en el punto más bajo (apenas un 45% de aprobación). Y aunque es cierto que los comicios presidenciales serán en 2012, el próximo noviembre muchos congresistas, senadores y gobernadores afrontan la renovación de sus puestos, con sondeos que auguran una nueva mayoría republicana en el Congreso.

Pero, ¿qué ha ocurrido para llegar aquí? Por un lado, la decisión presidencial de permitir la construcción de una mezquita cerca de la «zona cero», en Manhattan, ha generado un amplio rechazo de los republicanos... y de congresistas demócratas, que empiezan a ver a Obama como un lastre para sus campañas.

Por el otro, su gestión en Iraq y Afganistán empieza a ser discutida: primero, porque la retirada de Mesopotamia es vista como prematura (ante el aumento de la violencia en los últimos meses); después, porque no se ve clara la salida de Afganistán, mientras afloran discrepancias entre la Casa Blanca y el mando militar.

Sin embargo, es evidente que la mayor factura de Obama es la económica. Tras varios rescates bancarios y planes de estímulo, el país se encuentra con un paro congelado en el 10%, mientras expertos hablan de una recaída en la recesión o de un escenario de estancamiento (con bajo crecimiento y deflación durante años).

Algunos hablan de que Obama ya «es el peor presidente de la era moderna», haciendo bueno a Jimmy Carter. Y aunque es cierto que tiene dos años para que germinen los brotes verdes (¿alguien habla aún de ellos?), la economía dictaminará si Obama es el Roosevelt del siglo XXI... o el nuevo Herbert Hoover, el presidente de la Gran Depresión, quien no paraba de decir que «lo peor ya había pasado».