Nunca formé en aquella turba de españoles que cruzaban los Pirineos para ver en Perpignan «El último tango en París». Mi situación económica no me lo permitía. Además, esas cosas no me entusiasmaban, pero en Amsterdam sí visité un teatrillo que había en ese barrio en que las putas se exhibían en escaparates y daba mucha pena contemplarlas desde la acera.

En el teatrillo aquel se armó una tremenda bronca porque un espectador se sintió estafado al comprobar que la actuación de los pornoactores era pura simulación. Aquel protestón quería que lo que estaban simulando lo hicieran de verdad (como se suele hacer en casa). Lo llevaron a la Comisaría y no ocurrió nada, porque nada estaba ocurriendo.

Cuento este sucedido para advertir a mis numerosos lectores de que el espectáculo del recinto ferial anunciado para noviembre no será real como la vida misma.

Hay gente tan ingenua que aún cree que en el cine los tiros son de verdad y no de fogueo; que la sangre es de la buena y no zumo de tomate, y los muertos, de los que se llevan al forense y no de los de «levántate y anda, que ya terminó el rodaje». Respecto a Cicciolina, dejó de interesarme cuando cesó como diputada del Parlamento berlusconiano y a mí no me motiva una sexagenaria embutida en silicona.

No me parece éste el mejor destino del recinto ferial. Sigamos así para que desde Oviedo Gabino de Lorenzo siga dando caña. Supongo que dirá que somos un pueblo de «voyeurs» y me viene a la memoria aquella gente que iba a fisgar parejas a El Rinconín y a La Atalaya, cuyo césped sirvió de jardín de las delicias a quienes no tenían colchón sobre el que practicar sexo.