Los niños son los grandes y anónimos protagonistas de nuestro tiempo, los que sufren, los que trabajan, los que no pueden nacer o los que dejan de ser niños a manos de los poderes públicos. Éste es el caso: los ministros de Educación y Sanidad anuncian que les quitarán los «donuts» y les procurarán una guía sexual en los colegios para que desde los 3 años aprendan sus habilidades genitales, investiguen y acepten su identidad específica y a los 12 puedan recibir su caja de preservativos. Qué obsesión.

¡Dura tan poco la infancia de hoy! Por eso cuando es auténtica y no contaminada por esas nauseabundas injerencias políticas resulta más valiosa que el más raro de los diamantes. Hay que alegrarse de los niños felices, de los niños-niños y de las buenas noticias que a ellos aluden como la que ha llenado de promesas el pueblo de Castelnou. Por cierto, ¿dónde queda eso?

Según se baja el Ebro a la derecha, provincia de Teruel, partido judicial de Híjar, cerca de Caspe (el compromiso, ya saben), donde el Ayuntamiento considera que si de 600 habitantes su población ha descendido a cien, ya veteranos, y ha mucho tiempo que está cerrado el parvulario, su inevitable desaparición dura cosa será pero posible. Y han puesto manos a la obra ofreciendo oportunidades a la gente joven.

Quinientos aspirantes, niños y padres jóvenes, atendieron la llamada. La caravana, con sus cantos y risas, fue recibida con músicas y calles engalanadas, juegos infantiles y paella popular, para brindar apoyo a las iniciativas más estimulantes en un lugar tranquilo y prometedor donde se puede vivir y trabajar.

Llega la vida, el relevo, la aventura si se quiere, se reabrirá la escuela y el niño -ese tierno enemigo necesario- llenará el pueblo de risas, de bullicio y de inocencia, artículos de primera necesidad para una infancia que algunos quieren malear a su modo.