Mi buen amigo, y ahora colega en el Parlamento europeo, Paco Sosa ha escrito un sabroso artículo contra el uso de la palabra gobernanza que tan de moda está en los textos comunitarios. Es término al que mi propio ordenador saca tarjeta -o subrayado- en rojo, pero que avalan ya el Diccionario de la Real Academia de la Lengua y el Libro Blanco de la Comisión Europea. El presidente Zapatero lo ha utilizado en el debate de cierre semestral español del pasado mes de julio y figura también en todas las versiones documentales de la Cumbre del G-20, acaecida en Toronto.

Antes, Paco, con su incisiva erudición habitual, sostenía que académicos y comisarios pierden inútilmente el tiempo definiendo algo que quiere decir, desde hace siglos, simplemente gobierno.

Estoy con él.

Parece que la sanción oficial en la RAE fue un capricho de Lázaro Carreter, que tanto gustaba inspirarse en los corresponsales radiofónicos. Contó con alguna oposición; al menos, me consta la expresa de Eduardo García de Enterría, que no en vano representa en la docta casa el necesario punto de vista de los juristas eminentes.

En inglés, me dicen, tiene raíces más profundas («governance»), pero en alemán se han negado a la exportación para seguir usando la mera acepción de gobierno («regierung»).

Emilio Alarcos, la prudencia hecha lingüista, era muy escéptico ante las polémicas con nuevos vocablos. El pueblo soberano con su uso o desuso sería el encargado último para dar carta de naturaleza. El «Diccionario del español actual», de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, que tengo siempre a mi lado, no recoge la tal «gobernanza». Para mí, en tanto se admite o se rechaza popularmente, deberíamos ser cautos en el uso y el abuso que, en todo caso, estimo es prescindible y malsonante. Así se lo hice saber a mis compañeros Antolín Sánchez Presedo y Ramón Jáuregui, que pertenecen a comisiones y a delegaciones parlamentarias en las que políticos, traductores e intérpretes se afanan en su empleo discontinuo. Antolín está teniendo gran relieve como ponente de la directiva, aún sin finiquitar, de «supervisión financiera», en cuyos debates he podido apreciar que las traducciones (escritas) son menos permisivas con esa palabra que las interpretaciones (simultáneas, orales).

Para Sosa hay mucho de adivinanza e, incluso, de reaccionario.

Obviando, por supuesto, esa calificación política despectiva, lo hablé con Alejo Vidal Quadras, vicepresidente del Parlamento europeo, anclado a la derecha del PP, que ya ha pensado mucho en ello y le parece -me insiste- también término extraño, forzado e inapropiado.

Me temo, no obstante, que los aficionados a la «gobernanza» se acabarán imponiendo, al menos, en el corto plazo. Ya nuestro fabuloso Gaspar Casal reproducía «alguna palabra bárbara», muy a su pesar, para mejor entenderse.

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